28 febrero, 2007

Correspondencia Conmigo: La Marea de Tu Voz

Algo suena, ensueño o disipación arqueada entre las líneas de un libro en que mis ojos se hunden. Sonido que retumba en el exterior de las páginas cautivadoras que se mezclan en mi razón lectora. Sonido, escuchar: despertar del sueño fantástico que se construye un mundo de letras ajenas, historia en que personas jamás vistas toman juego en lo intrincado de la mente. Sonido, fonética experiencia frenética y febril, aguijón sensorial y estruendo intermitente igual a un cadencioso baile en decimonónico palacio: pisadas acompañadas y dejadas al ir y venir del enamoramiento que se produce entre los espasmos arrítmicos y los artísticos silencios; brazos y cuerpos que se juntan poco a poco y de vez en cuando, rozándose quedos y cuidados. Sonido que despierta al lector de su viaje submarino, subterráneo, extrahumano.

Salgo del sopor y aletargamiento que las dulces frases de un libro producen en mí. Entiendo. El sonido llama y le contesto atraído como por algunas musas recostadas en la orilla del mar que cantan y divierten entre cítaras y arpas a Poseidón. Tu voz ha entrado en juego, la técnica ha resuelto con denuedo el problema de encontrar tu voz aquí sintiendo tu cuerpo tan lejos de mí. Tu voz es realidad y virtualidad, promesa y palabra entrelazadas en un artículo de fe: fe en lo que significa realidad. La realidad de escucharte mientras tus labios se mueven a miles de sueños de donde mi cuerpo recibe el estímulo de tu voz. El mundo en que me encontraba, la realidad de una historia entre líneas que se crea y recrea en los pasillos del alma, la mente y memoria, ha caído de repente; las diosas y princesas caen de sus castillos en derrumbe y los dragones vuelven a sus madrigueras que desaparecen en el sigilo de una distracción y el héroe salvador ha tenido miedo del fracaso y una nebulosa a todos ha envuelto y el párroco –el ilustre fray– ha cancelado su misa y ante el armagedón sólo acierta en vociferar palabras entrecortadas que parecen simular una oración y cae de rodillas esperando de los tiempos la consumación. Segundos pasan. Quedan ya sólo ruinas y polvo, una espesa nata rojiza y carmín de tonos rosados e incluso azulados donde campos en incendio y chozas desarmadas hacen del espectáculo un circo de irónico recreo. Salgo, por fin, de mi ilusión literaria y encuentro tu voz, dulce marea de vientos y cortes, desfile armónico de vocales y consonantes unidas, orgiásticas y pérfidas, soldadas, sensibles y excéntricas.

Apenas si logro entrar en el archivero de mi memoria, lanzando con descontrol documentos, papeles, cifras, historias y mentiras para encontrar en la maraña espeluznante de la estancia la relación que me diga que tu voz es tú, que tú te has vuelto tu voz como el fruto se convierte en semilla en las manos del cosechador. Por fin doy con tan dichosa relación, pequeña hada de dimensiones más tiernas que humildes y ojos brillantes y juveniles que logra unir el sonido y tu rostro, creando entre la confusión del derrumbe que recién he vivido –¿o muerto?– y la voz misteriosa de lugares extraños y remotos una lógica brillante también, como sus ojos. Ahora entiendo. Despierto. Dame un minuto para pensar en tanto movimiento, tiempo, espacio y silencio que ha entrado y salido de mi ya ronca respiración. Apenas respiro. Con trabajos disimulo el cansancio de tan repentina maniobra. Dos segundos. Ya sé que estoy solo, que no debiera pedir ni licencia para tomar este respiro pero, ya sabes, así soy.

Por fin mi lengua, dientes y del paladar el velo han hecho una acrobacia y han respondido la frescura de tu voz, la marea de tu voz. De pronto me imagino –¿o era cierto?– como en medio de aquel páramo derruido por mi descuido sensorial; en el mismo centro donde el último de los hombres pereció luego de a su amada ver sofocar; junto al polvo y al lodo, las brasas aún tibias desprendiendo azufres y pútridos gases; me imagino respondiéndote desde una tierra lejana, mandando mil aves mensajeras a luchar contra el mundo sabedor de que sólo será una la que fiel regresará.

La marea de tu voz me ha hecho despertar, y a efecto ha muerto una mundo de ilusiones: una manada de dragones, dos diosas, catorce princesas vírgenes por desposar, cinco héroes vestidos de acero, cuatrocientos campesinos sonrientes que jamás a Dios volverán a rezar, mil hectáreas de árboles, colores y olores sinfín, un fraile aterrorizado, tres monaguillos mártires, mi mente creadora, la imagen que de sí misma tenía la pequeña aldea y, como si la sangre y el hastío no se detuvieran jamás, el pequeño amanuense, escondido entre muros pesados que, sin mirar ni ser mirado por la aldea, escribía la historia de los hombres y mujeres que habitaban la zona y la consideraban su propiedad. Su libro, perdido en mi memoria, no saldrá nunca y vagará condenado por los desiertos del olvido y el recuerdo, como en un circuito infinito del cual nunca poder escapar.

La marea de tu voz. Despierto. Destrucción, devastación, exhumación. Sin preguntar acaso por la salud de mi mente, imágenes nuevas comienzan a crecer, tu voz ha sido creadora, idéntica, quizás, a un Dios que desde su interior observa su obra, juzgándola buena. Así, en el desierto de huesos y carroña de mi mente algunas raíces comienzan a despertar mientras el rayo primero de un sol rojizo y blanco se hace un hueco en las alturas de cegadoras nubes cargadas de azufre y hollín. Cristalino manantial de piedras y roces diamantinos domina ya el paradisíaco paraje, y hadas que sonríen para sí mismas, sonrojándose, posan sus almas y sus cuerpos entre los lirios verduzcos que arropan sus cuerpos desnudos. Desnudos también crecen los árboles cerniéndose militares sobre el mágico fontanar, dejando a sus hojas, tan libres y esclavas como todo hombre pudiera desear, crear con el agua reflejos barrocos e impresionistas. Mil bestias han llegado alimentándose del eterno fragor y frescura que despiden las alas de un enamorado ruiseñor. De los restos de un pueblo en vilo y muerte y el cáliz ofrecido en sacrificio a la divinidad destructora de la marea de tu voz se erige con inocente belleza e ingenuidad un nuevo mundo que en mi mente no tiene nombre aún y que quizá nunca lo tendrá. Allí sólo priva un ahora, la vida no ha evolucionado ni tiene historia ni tradición; las bestias no descienden sino de sí mismas, y las llamo así, ellas, y el manantial no ha erosionado ni modificado su altar, ha sido y será lo que por el momento, en mi mente, es. Y yo, voluntad creadora esclava de tu voz, no soy sino yo, uno que no conozco ni soy pero que se recrea en un eterno retorno a sí mismo, a un tiempo cero cíclico dentro de una espiral singular, volviéndose quizá un yo ideal, idealizante e idealizado.

Tu figura entra descalza y desnuda en mi memoria, y las flores te miran tímidas y se doblan con vergüenza al contemplar a su diosa, creadora y sustentadora. Las hadas han hecho ya un círculo a tu alrededor y te iluminan y hacen brillar cuando tu cuerpo se posa sobre la roca mejor. Yo sigo fuera de tal , te veo desde una soledad y aislamiento que es tan mío como me reconozco su autor. ¡Cosa extraña!, he de crear, yo, un nuevo yo, ¿alter ego?, ¿alma gemela?, que entre en el mundo de mi mente y te hable. Por fin, una silueta aparece a los pies de una alta montaña que se erige en lo alto de una mirada rápida hacia ti. Apenas vislumbro tu cuerpo y corro y muero en el intento de alcanzarte. Siento la desconfianza que gritan las aguas a las que me acerco, siento como lo hace quien viola la intimidad de una rosa olfateando perverso su contorno, como queriendo robar aquel elixir, almacenarlo, manipularlo con las más viles técnicas y manufacturas. Siento el sudor de quien entra a un templo divino, de rodillas y con baja testa. Siento, en fin, lo que siente quien se corrompe a sí mismo haciendo de un sueño su sueño, una posesión maldita y enfermiza, propiedad privada de lo etéreo, mágico y poético; alienación de la cultura, de un baile bailado por todos o un poema cantado por todos en la profundidad de su ser.

Decido entrar. Mis ojos vierten la ternura de un fluido callado entre gritos cuando descubren tu cuerpo que descansa en la roca más lisa, más bella, colocada allí por los dioses como esperando por ti. Tu rostro sido esculpido bajo cincel, con detalles geniales desapareciendo entre las lógicas de la geometría y la alegoría; alguien ha puesto, simétricas, dos esmeraldas color de jade, tributo pagado por mayas o incas o aztecas a la visión de ti; tus labios despertaron de un sueño perfecto y virgen, donde las voces no se cantan ni los besos se ofrecen, y se abren confiados y vigorosos esperando al noble que te ofrezca su corazón; los rizos dorados que de ti cuelgan cubren juguetones tu rostro guardando de tu poesía un secreto, y descienden apacibles por tu cuello, haciéndolo aún más imprescindible para un soñado encuentro de amor; tus senos son apenas sombras que hablan de lo femenino en , de la interminable cruzada de un sexo por convertirse en ideal, del ideal que se hizo sueño, del sueño que eres tú; tu vientre saluda risueño la mirada del intruso con tersura y belleza y una mueca de perfección; tus piernas bifurcan el erotismo que exhalas al vibrar, dos tus piernas y dos los pecados que cometo al vibrar con tu vibrar, dos las condenas que en el cielo tendré que pagar.

Tus ojos me miran y la conexión produce un bochorno eterno en el mítico manantial, las hadas se miran desnudas y ruegan a los lirios las acojan y vistan y protejan de la impiedad. Me miras y te miro y el sueño, la imagen, la oración que mi mente ha proferido a la marea de tu voz comienza a desaparecer en un retorno a lo temporal. La mente mía, cansada de crear, ha entendido el sigilo de mi voz, la de un yo real, hasta que el yo ideal desaparece y se esfuma de la fuente de mar, igual que las hadas, que se despiden con la música final del despertar. Un yo y un se encontraron en la poética realidad que he creado yo, y mientras despierto al tiempo, a lo temporal, las figuras de ti y de mí se funden en un abrazo y sus líneas y curvas se confunden, sellados en una alter realidad que siempre vivirá en el canto del juglar.

Termina el trance. La marea de tu voz. Despierto. “Hola”.

3 comentarios:

Leo dijo...

Juan:

El recuerdo provocado por las páginas de un libro, la imagen que se abre paso entre las letras para posarse ante los ojos del lector... aunque creo que es un lugar común muy transitado conserva el carácter evocativo y romántico que le da significado sin ser del todo cursi.

Me recordó la historia de un hombre que extrañaba a su musa. Una historia donde la musa luchaba en tierras extranjeras por defender en lo que creía mientras el hombre permanecía recordándola en la distancia preguntándose si haberla dejado había sido una buena decisión. La pregunta es: ¿A ti también?

Juan Pablo dijo...

Leo: respondiendo tu pregunta. No. Me parece que el escrito apunta a la simplicidad de un cambio, de dos mundos. No sé si coincido con el "lugar común", puesto que la creación de "mundos", ya sea en libros, o en voces -como al final hago- puede implicar un lugar común, pero creo que la forma en que está puesto evita (o busca evitar) eso que llamamos "lugares comunes). El cambio, como te digo es el sencillo decir "éstaba leyendo cuando oí tu voz", y lo que trato de decir son esos "alter" mundos que se recrean en la escena.

Como siempre, gracias por el comentario. JP.

NAHUAL INSANE48 dijo...

“que tú te has vuelto tu voz como el fruto se convierte en semilla en las manos del cosechador”, la voz de una mujer que se adentra en el sueño, toda ella en un sonido, casi perfecto; que provoca nuevos mundos y personajes, que se oye en lo alto de una totalidad compartida solo por ellos, excelente despertar, acaricia de interrupción a la razón lectora.

Gracias Juan!!!

 
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