18 febrero, 2007

Sed


-¡Tengo sed!


Era lo último que escuchaba antes de despertar sudoroso y con la respiración entrecortada. Aquella noche esa frase retumbaba entre la noche como recuerdo de lo que había sido. Su poder se había ido, no quedaba nada. Lo único que podía adivinarse en medio de aquella recién formada tumba era el brillo de unos ojos que, exageradamente abiertos a causa de la angustia, rogaban ayuda.

Hasta ese día el ritual se había repetido puntualmente. Todos los días Tomás despertaba sofocado a las cinco cuarenta y cinco en la mañana. Ni un minuto más, ni un segundo menos. Los números rojos de su despertador lo atestiguaban. Con todo, Tomás no los odiaba. Había aprendido a convivir con ellos y alegrarse al verlos. Ese brillo rojo en medio de la oscuridad significaba que, por hoy, había logrado escapar. El sudor en su frente también era su amigo. La humedad acumulada era una prueba del esfuerzo realizado para escapar de sus sueños—malditos sueños—, por lo que cada noche, luego de su escape y siguiendo las formas del ritual, se llevaba la mano a la frente para cerciorarse de su realidad. Una vez ratificada su existencia, se levantaba de la cama y se dirigía al baño. El rostro con el que se topaba en el espejo había cambiado desde la primera vez…la mirada inocente del niño había dado paso al rostro juvenil, y éste, a su vez, había sido testigo del paso a su estado —decrepito— actual. Las grandes ojeras en el rostro hablaban del sufrimiento de ese hombre. Para Tomás, soñar era un martirio. Cada noche, desde que tenía memoria, era acechado por demonios en sus sueños, por lo que buscando evitarlos —a los demonios y a los sueños— había cultivado el hábito de los paseos nocturnos, lecturas desveladas y procurado la asistencia a cuanto grupo, lugar o evento congregara trasnochados. Pese a todo, era inútil. Más allá de unas cuantas noches en vela, que acababan siendo un calvario durante el día, Tomás terminaba dominado por Morfeo y, en más de una ocasión, en los lugares menos indicados.

Pasaba sus días buscando una cura. Lo que él quería era no dormir, negar la oportunidad a los demonios de presentarse y acosarle, escapar de su martirio. No había nada que pudiera hacer. Brujos, curas, psicólogos, médicos y amantes lo habían intentado sin conseguir nada. No entendían. Hierbas, pastillas, divanes y caricias habían pasado por él sin ayudarlo y sin darse cuenta que sus prescripciones condenaban a Tomás al infierno que tanto detestaba. Dormir: maldición infame, cruz a cuestas, río de muerte y desesperación. Sin importar dosis o remedio, como condenado a una eterna penitencia, Tomás dormía. Esa era su maldición.

Un día mientras escapaba de los brazos de sus perseguidores, Tomás cayó. En el suelo, rodeado por sus captores, horrorizado y sintiendo cercano el toque de la muerte balbuceó un par de palabras: Tengo sed. Dicho esto cerró los ojos y se entregó a su fin. Cuando los abrió de nuevo estaba desparramado en el suelo húmedo de un lugar oscuro… sudoroso, maloliente y agitado pero, lo más importante, vivo. Desde entonces, lo más cercano a un remedio para su mal eran esas dos palabras. Repetirse a sí mismo que tenía sed era lo único que lo ataba a la realidad y que le permitía escapar de su laberinto personal. Así, inició la confección de su ritual: llevarse la mano a la frente al despertar, no tomar más agua que la estrictamente necesaria —había conseguido subsistir con tan sólo un vaso de agua al día—, acudir constantemente al baño y mantener cerca de sí, en todo momento, una jarra —vacía, por supuesto— como símbolo de su anhelada redención y su constante sed. Sed por tener sed.


Febrero 1

“Me costo trabajo despertar. Los demonios casi me alcanzan. Prometieron que vendrían a buscarme.”

Febrero 6

“Fin de semana. Logré pasar el día sin acabarme el vaso. Mi casera me preguntó si estaba bien: dice que se me ven grandes ojeras. Yo me veo normal”

Febrero 10

“El doctor dice que no puedo vivir así. Me recetó descanso y pastillas para dormir. ¡Tonto! No entiende nada. ¡Nadie entiende nada!...No puedo dormir, ¡no quiero! ”

Febrero...15(creo)

“Pude ver sus dientes. Son grandes y afilados. Quiero que se vayan… ¿Qué hice?, ¿Por qué a mi? Voy a ser fuerte, tengo que serlo. Si no duermo no podrán salir.”


Febrero 2...

“No tengo a nadie. Quizá sería mejor aceptarlos y vivir con ellos... me duele, me duele mucho. Estuve a punto de hacerlo...¡No! ¡Resiste!...si no lo hago ellos vendrán!”


Febrero

“Sed, sed… vienen por mí. Ya no puedo burlarlos mucho tiempo. No quiero dormir. ¡Malditos sueños!”


Febrero 24

“¡Están aquí! ¿Cómo salieron? ¡Es imposible! Se acercan… ¡Dios! Son muchos. Me están rodeando. ¡Tengo Sed!, ¡tengo sed! Siguen avanzando…

-Despierta Tomás, ¡despierta!

-No, no estoy dormido…ellos están aquí.

-No, Tomás. No. No pueden estar aquí.

-Sí, salieron del sueño.

-No.

-¡No son un sueño! Puedo oler su aliento fétido sobre mí…

-¡Despierta ya! Vamos, Tomás. Deja ya ese lápiz. Vas a morir.

Cuando lo encontraron estaba casi en huesos; con los ojos muy abiertos y aferrando un lápiz en su mano daba un toque desgarrador a la habitación. La cama destendida, la basura almacenada, el baño desbordado, inmundicia y la ropa sucia…todo sugería que aquel sitio había sido el único que aquel hombre había visto en mucho tiempo. La casera dijo haberlo visto por última vez hace más de un mes, cuando le pagó la última renta. En ese entonces se veía flaco y paliducho pero era un hombre. Lo que estaba en el piso del apartamento había dejado de serlo, era otra cosa. Nunca había sido un hombre parlanchín —quizá nunca había sido un hombre— por eso, cuando la casera dejó de verlo se limitó a introducir las cuentas por debajo de la puerta. Cuando abrieron el apartamento cuentas y recibos seguían ahí, mojadas y en el piso, formando parte del asqueroso tapete de desechos húmedos que tapizaba aquel lugar. Encontraron rotas las llaves del baño, las paredes enmohecidas, una jarra de agua—llena, naturalmente— y un olor pestilente acentuado por la humedad de aquel lugar. Encontraron también una libreta junto a él. Al abrirla un papel se precipitó al vacío. Era la receta de un doctor, le ordenaba descanso y muchos líquidos. El diagnostico: deshidratación. Al volver los ojos a la libreta notaron que era su diario. Allí, con grafías ansiosas y desdibujadas, se podían leer sus últimas palabras:


- “ Tengo sed”


Leo Cerezo

3 comentarios:

Juan Pablo dijo...

Simplemente extraordinario. Me encantó el rollo, la lógica del asunto, el final, el existencialismo tan clavado en el asunto y más la presentación del sueño como algo nocivo.

Saludos y enhorabuena, gran pieza hermano.

JP.

NAHUAL INSANE48 dijo...

Encantador, extraño a lo que común leemos de ti leo, a mi gusto es algo muy hermoso y bello, un tipo de locura casi genial la de este personaje, muy a pesar de no obtener datos de su desempeño intelectual, mostrándonos la herida natural de “tomás” que su genialidad deriva en la locura.

Una lectura fluida y en cada letra que atrapa mi curiosidad por conocer más de “tomás”.

Naturales “demonios” que nos persiguen bajo cualquier intento de realizar nuestros “sueños”, herramientas a nuestro alcance que permitan hacer caso a lo que esencialmente estamos hechos para dar respuesta a esta cotidianidad, como lo era para él su “sueño”, “su sed”, contraponiéndose a la realidad externa a él y sus “demonios”.

Gracias leo por este magnifico escrito!!!

Vicente Navarro dijo...

Muy buen texto, Leo. Una lectura que atrapa y que provoca ansiedad y sed. No es posible apartar la vista hasta el final.

Buena historia. Aunque al leerla me recordó alguna o algunas películas de las cuales no recuerdo el nombre... Supongo que existe también una cierta "intertextualidad" (por decirlo de alguna forma) entre las letras y el cine.

Gracias Leo por tan buena ficción!

 
eXTReMe Tracker