05 noviembre, 2007

Propiedad Privada.


Tener, no tener. Poseer, apretar en la mano. Apretar en la boca. Morder la baba tibia, espesa, sacudir la cabeza. Tener. No tener. Besar vacíos. Reconocer espacios llorados. Morder el hastío mordiéndonos los labios. Encontrarnos solos, arruinados. Hechos una ciudad antigua. Tocar. Sentir un cuerpo bajo el mío. Sentir la nada debajo de mí, dentro de mí. Probar la fantasía de la soledad. Hallar la realidad del abandono. Tener. No tener. Tenernos, uno al otro. Juntar las manos como se juntan todas las cosas que podemos contener en un cuarto. Hacer inventario de lo ganado. Dos labios. Unos ojos lindos, oscuros. Abrazos en la noche. Roces en los muslos. Tenerte. No tenerte. Sin embargo no recuerdo haberte comprado. Jamás adquirí garantía de perpetuidad. Debieran haber dicho cuánto dura lo eterno dentro de lo efímero. Tener. Habernos medido con los ojos. Habernos probado con los dientes y las uñas. Haber sentido la elasticidad de las carnes, haber tocado la blandura de los músculos, la firmeza de los tejidos. Tener. Encajar como piezas minúsculas de un rompecabezas infinito. Ser como dos cuerpos sacados del mismo molde, que justamente entre más se conocen, más cotidianos se vuelven. Tenerte es tenerme a mí. Pertenecerme como otra de las cosas inútiles que puedo comprar, usar, gastar y después tirar. Tenerte es darme cuenta de que no quiero tenerte nada. No quiero encontrarte en mi cama, no quiero olerte en mi cuerpo, no quiero vernos en el espejo, sonriendo sin risa, sin nada más que esa mueca idiota, ridícula y viciada por el paso del tiempo. Tenerte. Como si pudiera tenerte. Y si pudiera realmente tenerte, no te tendría. Te dejaría en paz. Que te fueras lejos. Que fueras libre o que al menos intentaras serlo. Tenerte. No tenerte. Nunca estuvimos en un escaparate y sin embargo fuimos adquisición asombrosa, una ganga. Ofertas de los solos que de pronto se cansan de su propio egoísmo. Y sin embargo, ni tú ni yo somos altruistas, vaya que se nota. Vaya que encontramos un reflejo, vaya que fuimos estúpidos. Quién diría que existen horarios para los que no se soportan. Hasta la vida transcurre más lento, hasta parece la prórroga del purgatorio, en donde se extiende la agonía y pasan y pasan días y años que parecen jamás pasar. ¿Tener? ¿No tener? No queremos ni debemos tenernos. Ni un respiro más de nosotros. No tener...

16 octubre, 2007

Simpatía por Dios


En el silencio se narran historias, que tienen eco en la eternidad…
Hundo mis pensamientos de entre la vorágine social
Me sostengo del silencio para escuchar.

…padeceré de hambre… en tanto degusto teorías, me embriago de axiomas, sorbo el conocimiento, saboreo cada palabra que brinde sabiduría… en tanto viva de mis ideales.

Casi místico, casi tangible, casi vivo, casi muerto.

Vibraciones armónicas, pulsiones ordenadas, vida en plenitud.

Verbo que hace silencio y revolución
Acto vehemente en la praxis humana
Sintonía que al espíritu armoniza.
Gracias J.P. por la charla, continuemos el debate. -nahual insane-

13 octubre, 2007

Conversaciones

Octubre 13, 2007. 2:10 a.m.



La mujer es la ecuación más aleatoria y no lineal a la que el hombre jamás podrá encontrar solución

Dios hizo trampa a los hombres, porque nos ha dado un poblema que ni él mismo es capaz de resolver.

La mujer termina siendo para el hombre una solución real en un punto singular.



Dr. Miguel Torres.








Music by: Mar de copas-Fugitivo
Texto basado en hechos 100% reales.

12 octubre, 2007

El Asunto del Creer


1. Del desencantamiento del mundo al antiesencialismo del sujeto.

Retomando a Marcel Gauchet: el posmodernismo supone —a partir de Nietzsche, quizá— la ruptura absoluta del "mundo" de Dios y el "mundo" de los hombres. ¿Un mismo mundo? Quizás, quizás no. Mas, ¿qué debemos entender por el nuevo secularismo?, ¿cómo entender el "Dios ha muerto"? Nietzsche es absolutamente conciente de la posibilidad de verdades, aunque, como dirá, carecemos del órgano necesario para el "conocimiento". Dios se vuelve lo inalcanzable, más nunca debe implicar un categórico "inexistente". La razón es simple: al carecer de tal órgano, la existencia o no de Dios se vuelve indemostrable y, por tanto, es lanzada al mundo de la "fe", de la tan abucheada tarea del "creer". Volveré al final a esta cuestión.
La negativa hacia un ordenamiento teocéntrico supone (o supondrá, a fuerza de la lógica de los acontecimientos que seguirán) un antiesencialismo dirigido al sujeto: el individuo que antes era arropado bajo el manto divino y a través del cual generaba algún tipo de dignidad se encuentra hoy, bajo las condiciones actuales, impedido para tal tarea. La actualidad no ceja de hablar de dignidad, pero el término mismo ha mutado: ya no —y quizá, nunca más— una dignidad a priori, sino contractual, venida de un pacto asimilado por las comunidades. El hombre, pues, también pierde el "encanto" que la presencia (¿conciencia?, quizá el término reside únicamente en el centro del espíritu humano, a manera de respuesta existencial a la cuestión bipolar origen-fin) de la divinidad otorgaba al mundo. Un mundo anteriormente bañado del aura de la causalidad y finalidad del Ser por excelencia... hoy, un mundo técnico, orientado a fines, donde los conceptos sólo se extraen del consenso. ¿Razón para lamentar? Hay que temer que la respuesta es compleja.


2. La insoportable necesidad de creer.
Nada más incoherente que un ateo. Pues el ateo firme en su convicción no es menos creyente que el deísta; ambos se entregan violentamente al ejercicio de la fe (fe-hacia-Dios): uno aferrándose a la idea de la existencia de un Ser y, casi por ende, de un mundo siguiente o una extensión vitalicia de la conciencia (de nuevo, el término no hace justicia); el otro, paralelamente, conformando su actividad a la negación de tal existencia, y reconociendo, por ende, la importancia de la negación. Mas, ¿por qué el ímpeto y la violencia de negar lo inexistente sino por la creencia trascendental de que el tema es de importancia máxima? Dios, pues, mantiene la característica que, en su tiempo, se otorgó a Jesucristo: signo de contradicción. Seguimos, no obstante, sin llegar a la pregunta: ¿por qué seguimos creyendo? Aquí un esbozo de respuesta.
Matemáticamente sabemos que un límite puede tender, cuando se le evalúa, al infinito. ¿Infinito se ha dicho? ¿Qué es, debemos preguntar, ese concepto raro? El cerebro humano, no hay duda, es incapaz de aprehender el concepto de la misma manera en que aprehende conceptos como "perro", "cinco", "Italia". La razón es simple: no estamos capacitados para entender algo que supere las categorías kantianas de tiempo y espacio. Estos "moldes" donde depositamos los pensamientos dan extensión y profundidad al pensamiento mismo, es decir, son las condiciones sine qua non del pensamiento. ¿Arbitrarios conceptos? En absoluto. Nada hay que podamos entender que no esté limitado por tiempo y espacio, ya que nosotros mismos no somos más que seres hoy-aquí, mañana-allá, etc. El pensamiento del infinito, así como los de"libertad", "Dios", "alma" etc., sólo es asequible a través de la "creencia": una suerte de intermedio entre el pensamiento y el absoluto vacío de la incapacidad de pensar. La creencia, pues, se manifiesta como herramienta —auxiliada y acotada por la razón, no cabe duda— a través de la cual sintetizamos lo no-sintetizable dando algo así como un salto no comprobable.
La verdad de la existencia de Dios, la verdad del socialismo (como doctrina), la verdad de la libertad, son posibles sólo si renunciamos en parte a conocer científicamente. Nadie sabe a ciencia cierta que Dios existe, pero tampoco que no existe (entiéndase aquí "ciencia cierta" como eso que modernamente llamamos racionalidad; véase, pues, a Popper). La "creencia", también llamada fe, no es más que este instrumental que permite capturar y materializar lo que supera nuestras capacidades.


3. Disertación.
Al mundo moderno, finalizando, debe hacérsele un cuestionamiento. ¿Qué sucede, pues, con los derechos humanos? Respuesta no sin aventurarse: son un entramado de consensos no consensuados. ¿Vida?, ¿muerte?, ¿educación?, cada quien define el derecho a su manera, desvaneciendo la esencia misma de un derecho propiamente humano. La libertad, así como la vida, se han convertido (al menos, claro está, en las democracias occidentales) en un laissez-faire, laissez-passer que en nada implica "derecho", sino "ausencia": de coerción, de interferencia, de coacción. Pero, e insisto, nada se dice del "derecho" como tal, en sí mismo. El manto de los derechos humanos, pues, es tan falaz como la presión universal por la tolerancia (tema que no abordaré).
¿Existe alguna salida a la creencia?, de ser así, ¿es una buena salida? Y de no serlo, ¿cómo compaginar la creencia con la corriente posmoderna?

10 octubre, 2007

Qué choteado está tu vocabulario
Vi mierda flotando
Y cómo el Señor Poeta
La tomaba de entre el aire
Y la convertía en verso
“¡ese es el verdadero artista señor!”
el que toma la caca misma entre sus manos
y la convierte en escultura súper terrenal
la palabra no va ahí
no escribas nunca más
se necesitan artistas- elitistas
¿Qué importa que nadie te entienda?
Si la poesía es estética es poesía, si no se convierte en desperdicio
¿Entiende el ciclo de la mierda?
¡Hemos vuelto a empezar!
Mucho siseo, mucho pepeo
Muchas cadenas para pensar en lo que quiero
Muchas jaladas
“Jaladas es del habla coloquial”
¡disculpe señor poeta, discúlpeme por pensar!
Qué vocabulario tan gastado, qué manera la suya de divagar
¿Ha leído usted a los verseros?
El versero yo lo acabo de inventar.
Verá usted: es un mujer una hombre que escribe sin sujetarse a las pendejadas convencionales
que mandan los señores que saben de arte y que son cultos
¡sus versos son excremento!
¡Carecen totalmente de métrica!
¡No tiene cadencia al recitar!
He sido exiliado del mágico mundo de la Estética estúpida, superficial,
¡Qué hermosa composición!
¿Ya vio que las palabras en la hoja tienen forma de culo marchito?
¡Qué bonito!
¿Lo ve? Ya pude rimar.
Yo no sirvo para escribir, porque no escribo como Ugalde, como López o como Flerche,
¿Quiénes son esos?
¿Qué importa? Ya los nombré.
Y mientras los nombro los enaltezco
Me hago chiquito y me voy
¡Qué triste, no soy escritor!
Nunca podré publicar un libro.
La gente no leerá mis puteces filosóficas
La gente no me pondrá en pedestales
nadie me llevará flores al lodo cuando me muera
“Esto es basura que apesta”
¿ya le mencioné la etapa de la caca? La fase en que la porquería se transforma en arte y se cuela en una galería en forma de esplendor.
La gente paga millones por admirar pestilencias
Los verseros son unos locos que andan desnudos sin sed
Escriben con piedritas en la tierra
Pero no saben escribir
Se inventan letras y palabras que no tienen nombre
Escriben con gusanos en la panza de los grandes señores que comen huevos de milpiés y fetos recién abortados
¡Lo más exquisito con cubierto de metal fino!
Los verseros no existen porque no tienen academia
No tienen técnica ni espacio en la crítica
Son del pueblo y el pueblo no los escucha
Pero ellos lo miran y son hijos de su decadencia alegre
¡Oh hermosa putrefacción! Mientras la Tierra se cae a pedacitos yo me pongo a hablar del estilo poético de Rochette (¿quién carajos es ese güey? No sé, un poeta noruego irlandés alemán ruso inglés que escribía como Legrel ¿qué quién era Legrel? Un señor ruso chino francés argentino que escribía como Pollet… )
adiós, yo no vuelvo a rayar un solo garabato en el hoja de una árbol
si no me parezco a Chancro no soy bueno.
¡Rescáteme de la estupidez, del lugar común!
¡Rescáteme vuélvame como yo, como usted, pero que no se parezca a mí!
El poeta no se hace, se nace. Lo siento. Cupo limitado. No más intelectuales excluyentes. A la otra vida.
Gracias ¡Qué pena hijo! No soy dios pero mira cómo juzgo sus ensayos. Ensayo y error.
Nunca supe escribir
¿Según quién?
Según un pendejo descalzonado que tiene prejuicios hasta para cagar.
Otra vez huele a mierda.
Pero ya sé cómo empezar.
Es el ciclo de la caca, una y otra vez. Si hoy soy mierda, mañana soy del cerrado Sir Culo de artistas.

05 octubre, 2007

De las Incomodidades...

“De las Incomodidades de Tener Alas”

Para Octavio.

Esta historia no tiene tiempo. No sé cuándo pudo haber comenzado y seguro que nadie más la va a contar, pero eso no importa porque en realidad no es historia. Es la realidad. La mía.
Me molesta sobremanera que la gente piense que todos los ángeles forzosamente tienen alas, pero me molesta, caso particular, que crean que yo soy un ángel.
Tener alas no es necesariamente significado de divinidad, al contrario, a veces he pensado que es un castigo, afortunadamente, no todos las ven…
Los niños son, sin excepción, observadores, más aún, escudriñan con detenimiento todo lo que se posa ante sus ojos. Los niños siempre han visto mis alas.
No tengo problemas en contestar torrentes de preguntas a ellos, no me sofocan sus miradas de asombro. Más bien me preocupan “los grandes.”
Una vez, en un puesto de tacos, sentí sobre mi humanidad el peso de algunas miradas y me di cuenta de que toda la gente a mi alrededor me miraba idiotizada. Una señora, que por cierto estaba con su hijo pequeño, me pidió una pluma, lo cual francamente me molestó, y le dije: Señora ¿alguna vez le han arrancado un pelo púbico? La mujer pareció no escucharme y como el niño empezó a hacer su puchero, opté por regalarle la mal llamada “pluma”.
En realidad, la gente no imagina lo doloroso que es arrancarse una “pluma”. Duele casi igual que quebrarse un dedo o sentarse en una tachuela. Duele casi igual que una inyección o la mordida de un perro. (Duele más o menos así.)
¿Volar? Volar es un placer casi prohibido. No puedo volar de día. Cuando llevo prisa tengo que amarrarme las alas, pues me veo demasiado tentada a usarlas y comienzan a moverse sin que logre controlarlas. Tengo que andar en transporte común, lo cual es un martirio pues mis alas se doblan, chocan con todos, estorban a todos (nadie se explica porqué ocupo tanto espacio si mi mochila no es tan grande.)
Sólo vuelo de noche y en lugares poco transitados. En resumidas cuentas, esto de tener alas no es ninguna genialidad, aunque hoy en día es menos peligroso, pues la gente va tan ocupada y envuelta en sí misma que ya no se percata de nada, lo cual sí es muy peligroso, y más que peligroso, preocupante.
Sólo de vez en cuando disfruto de mi deformidad, es de veras divertido saludar a la gente que vuela en aviones, asustar a las abuelas cuando revoloteo sobre algún tejado, llevar a algún ciego a dar un paseo por el cielo, salvar a cualquier suicida sin que se dé cuenta –muchos piensan que la gracia divina los rescató por alguna razón,- llevar a algún desahuciado a dar su primer vuelo-
Sólo de vez en cuando, juego a que soy un ángel.

04 octubre, 2007

Haiku*

A Josie N.



Nada han cambiado

el mar y el olvido

al borrar tus huellas.









* El Haiku (o Haikai) es otro tipo de poema breve de origen japonés. Consta de diecisiete sílabas organizadas en tres versos de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente.

Este tipo de poema plasma una situación cotidiana a la que el poeta japonés liberaba de toda trivialidad al elevarla al plano trascendental del espíritu.

En esta entrega no cumplo con la estructura clásica del Haiku, ya que este poema consta de cinco, seis y seis sílabas en cada uno de los versos. El esfuerzo lo he puesto en contar una historia (muy personal) entre líneas.

Disfrútelo con leche.

V.N.





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ocho horas después (actualización):

De alguna forma debo liberarme, debo desgarrate, borrarte, matarte, antes de que todo lo anterior suceda conmigo. He recogido todos los pedazos que yacían en el tiempo, algunos sobran y otros se han perdido para siempre. Este proceso ha sido largo hasta la nausea, y yo ya estoy cansado. Y tú, tú estás mas viva que nunca. Todo carece de principio, magnitud, sucesión y sentido; la carestía es un río desbordado que trasciende más allá de tu presencia y se lo lleva todo, incluso, la posibilidad de significado.

Y tú, tú eres una marea.

V.N.

19 septiembre, 2007

Doña Ajustina y Cascabel

Educadas en el recato y las maneras de las princesas y las más altas potestades del reino de Almotrue —pintoresco escenario sentado entre los paradisíacos jardines de Wishic y la frescura del río Liem, ocupado por campesinos y pescadores regordetes que, entre otras peculiaridades, se preciaban de una ortodoxia de las formas fuera de lo común— doña Ajustina y Cascabel paseaban en alguna ocasión barriendo con sus plantas el largo corredor que daba a la plaza principal. Ambas tejedoras, ambas viudas y madres, cada una, de un varón y una mujer. En su camino doña Ajustina, encolerizada y renuente a cualquier consolación, relataba las dramáticas situaciones en las que la había dejado su hijo, Liberto, la noche anterior, cuando súbitamente había anunciado su decisión de contraer nupcias con la más bella criatura que jamás había posado sus plantas en el reino, la deliciosa Afronta quien, además de poseer una voluptuosidad sin límites y un contorno alarmante, gustaba de lecturas agudas —“reaccionarias e impúdicas”, decía la iracunda suegra, “evidentemente sucias y revolucionarias, degradantes y problemáticas”, coreaba la inseparable de ésta— que, a decir de las dos parlanchinas que mecían sus desgastadas figuras bajo el rayo de un sol lentamente falleciendo, habían poseído el espíritu del noble Liberto, acorralándolo y obligándole a tan drástica determinación.

—Ya ves, decía doña Ajustina, que el ingrato de mi hijo ha decidido alejar su tierno calor del vientre que le dio origen, como olvidando la deuda eterna de un hijo hacia una madre. Pues así viniera el invierno o la tormenta, gozaba ese malagradecido de un pecho tibio que le reconfortaba; así las lunas depositaran su oscuridad sobre estos ojos míos, nunca dejé de velar su sueño ni su frente hirviendo; así las cosechas cayeran al suelo y los vientos derribaran los frutos de los árboles, jamás faltó alimento a su voraz vientre. — Lo veo y parece que soy engañada, pues ni el pezón que le abrigó, ni tus tiernos ojos en vigilia, ni el alimento que en boca suya siempre pusiste ha sido suficiente. ¡Maldición absoluta la de ser madre, poseer sólo para quedar desposeída!

Así degustaron cacareando las dos vecinas, amigas y cómplices hasta que la noche venció por fin al día, lanzando al sol al centro de los infiernos, donde sólo se encuentran Titanes resguardados por la fiereza del centímano. El camino las condujo a la morada de la recién enterada madre abandonada. Al entrar, halláronse ambas acorraladas por la mirada acuciante y dolida de la hermana de Liberto y, consecuentemente (hasta donde la historia familiar podía afirmar) hija de Ajustina: la muy prudente Sofía.

— ¿Es que por algún anatema has perdido el juicio, celosa madre? — Jamás me han hablado de forma tan hiriente, y jamás permitiré semejante atrevimiento, ¿es que consientes la locura de quien ha perdido el privilegio de llamarse hijo mío? — Has perdido el amor por ti misma, y junto a él, has dejado de amar no sólo a quien llamas traidor y malagradecido, sino a tu propia hija, el último resguardo de la edad en que aún concebías. — Pero, ¿qué tonterías dices?, mi amor por ti es lo que me mantiene viva, luego de que el pródigo y lujurioso de Liberto nos ha abandonado y dejado a nuestra suerte. — En verdad que hasta la lógica te ha abandonado. Pues si detestas hoy al hijo cuyo único pecado es hacer caso a las ordenanzas de la propia vida, ello sólo implica que jamás lo amaste rectamente y que, por simple analogía, tu amor por mi es una hipocresía que pervive siempre y cuando no rehúya yo de las cadenas con que tu amor me gloría.

Así habló la infanta Sofía, mientras su madre descontroló contra ella su furia impía, deslizando reveses y violencias que ni la Inquisición aprobaría. Mientras todo ocurría, Cascabel apretaba una quijada repleta de furia contra la indomable niña, mientras su corazón se batía por el dolor que sentía su pobre amiga.

Mientras la reprimenda contra la insolencia se consumaba, aparecieron en escena Liberto y Afronta quienes, horrorizados ante el espectáculo, tomaron a Sofía y se alejaron para siempre de la infamia locura de quien su madre se decía. Los tres partieron cuando la aurora pintaba ya los primeros amarillos y rojos sobre la alfombra del día.

Sofocada ya su ira, lamentaba Ajustina en el regazo de Cascabel. Sin entender una o la otra el motivo de tan lamentable partida, confiaban ambas su ortodoxia, bondad y entrega a la piedad santísima que les había autorizado tal poder. Solas, una y otra, repetíanse momento a momento la misma frase, la misma oración: si todo fuera como antes…


Aranda, 19 de septiembre de 2007

11 septiembre, 2007

Fragmentos: Castillos

Como la perfecta máquina, invención coetánea de los cielos y las estrellas, como el azul vestido índigo del instante entre la vigilia y el sueño; irrupción de la mayor perfección con centro entre las parcelas del norte y las sureñas; relativa conciencia, razón y sentimiento, buen gusto y maldad, debilidad y ceño; su nombre: el hombre, castillo encumbrado entre las montañas más bellas, castillo él como morada y como centro de intersección de lo malo y lo bueno.

Nacido entre los líquidos y sangre que le cobijaban como a larva entre mares, venido a más con los años que hinchan sus huesos, su carne y desvelo; es hombre al fin como lo somos todos, hermanos de sangre y de vuelo, de risa y consuelo. Somos la repetición inextinguible de intentos por el favor de Estigia contra la furia de Hades. Carcomidos por la ordenanza de ser “uno” en medio de “todos” nos pasa la vida; jamás se consigue, no obstante, pues siempre somos el eco de algún otro. Somos máquinas perfectas, composiciones maniqueas facultadas para dar vida o muerte, para hastiarnos de soledad o confortarnos en la compañía. Somos la unión entre el cielo y la tierra, el dedo que aproxima el más allá, somos todos y cada uno un loco.

Fácil es deshacer los castillos propios y ajenos, verter cobardemente el fuego sobre sus maderas finas y aleccionar a los súbditos que ahí habitan. Robar sus ajenjos y sus vinos, asesinar sus parcelas y asfixiar el último aliento del soberano mientras medita. Ardua es, al contrario, la construcción de túneles, escalinatas y puentes entre tan vastas construcciones. Tallar en las puertas un doble escudo, alimentar a los siervos de dos, aleccionarse todos en el respeto y sus correcciones. De ahí que las ciudades sean tan pobres y tan separadas, los hogares tan secos y friolentos, y que en los fogones se cuenten con matemática observancia las raciones de los “nuestros”. ¡Qué fácil madurar separaciones y límites bajo la lanza y el fuego… y qué difícil mostrar los portones nuestros abiertos, nuestros brazos ilusionados, y nuestros corazones dispuestos!

Juan Pablo Aranda. 11 Septiembre 2007.

07 septiembre, 2007

Cuento

Por Inmigrante-X

Las calles eran marrones, crujientes y encendidas por el sol naranja, el frío transportado por el viento recorría el espacio levantando consigo las hojas y el polvo. En ese paraje desértico estábamos Tomás y yo. Acabábamos de visitar a Joan Miró, o lo que queda de él colgado de las paredes. También tuvimos oportunidad de conocer a un tal Fernand Léger, un pintor tubista de propuestas interesantes, no tan irreverente y caprichoso como Joan en sus pinturas, al menos no en los trazos y las formas, pero sí en los temas. Extrañamente la obra de uno era la antítesis del otro: el hombre como parte prescindible de la composición versus el hombre como toda la trama.

Afuera de la Fundación, unos pasos adelante, mi amigo Tomás y yo esperábamos el 50.

El mismo frío que traía el viento, y el mismo paisaje naranja y crujiente, esta vez decrecía en su color, todo el espacio se tornaba violeta-azul-gris. Había en el ambiente un fondo de Opera. El frío cada segundo inundaba más el aire hasta dejarnos casi sin respirar. Mi nariz: congelada. Las orejas: ya las había dejado de sentir hacía algún tiempo. Estaba sentado sobre una banca amarilla, mi pantalón negro se confundía con la gabardina negra que bailaba con el viento que arreciaba. Tomás encendía un cigarrillo, Ducado de marca, tabaco negro; “dulce aroma y suave tormento” me dijo.

Tomás estaba sentado sobre sus talones y todo su peso concentrado en el mismo eje. El frío seguía insoportable. Lo que antes era el cigarro ahora languidecía como colilla, consumiéndose en el suelo. Esta imagen compuesta de Tomás sentado sobre sus talones y la colilla en el suelo, me trajo el recuerdo de una cálida fogata. Me agregué a la composición casi bucólica del hombre y el fuego. Tomás y yo nos sentamos alrededor de la colilla intentando calentarnos, acercábamos las manos al débil fulgor del tabaco consumiéndose. De pronto, detrás de Tomás una cara bonita con ojos verdes y bufanda roja hizo una seña como pidiendo permiso de acercarse al fuego. Tomás le dio paso y allí estábamos los cuatro, con la mujer de la bufanda roja se había sumado la amiga en chaqueta de cuero, una mujer más bien regordeta de cara intrigante y nariz pronunciada. Todas las manos alrededor del fuego. Nos enteramos de que la mujer de bufanda roja y ojos verdes era Estonia, y estudiaba periodismo. Ese nombre habían decidido ponerle los padres después de consultar con un porro de mariguana. Se les hizo buena la idea en el momento. Los padres de esa época andaban escasos de nombres originales y recurrían a nombres de países, y entonces ella se llamaba Estonia. La amiga de chaqueta de cuero y regordeta era Rosa, nombre más sencillo pero no más sensato. Rosa estudiaba comercio y nos contó que le gustaban las noches sin luna, el sabor del chocolate y los cerezos cuando florean. Las historias de Estonia y Rosa transcurrían cuando de pronto sumábamos ocho, se nos habían unido una pareja de catalanes que morían al igual que nosotros de frío y otros dos ancianos de nacionalidad indefinida que, según sus propias palabras, no estaban ya para dejarse maltratar por el clima.

Tomás, Estonia, Rosa, Xavi, Núria, el abuelo, L’avia y yo, todos alrededor de la colilla que cada vez se hacía más efímera. Entonces Tomás decidió tirar al "fuego" los cigarrillos que quedaban, después de repartir uno a cada uno de los fumadores que éramos cuatro. Los abuelos por recomendaciones médicas no fumaban, Rosa y Estonia eran vegetarianas del ala radical, por lo tanto no fumaban.

Descongelando las manos y los pies, tratando de ganar el mayor calor posible, de la nada, unos franceses y un par de gitanos se sumaron a nosotros. Los franceses, siempre precavidos y borrachos, llevaban en las mochilas unas botellas de Cavernet de Sauvignon, unos quesos y unas patatas fritas que empezamos a compartir los veinte que éramos. Los gitanos, una morena bellísima con cabello liso y un tío mal encarado, con la guitarra a cuestas, compartieron la música. El fuego de las colillas se avivaba más con el danzar de la gitana y los aplausos de los miembros de esta improvisada fogata dentro de una parada de autobús. Estonia y Tomás hacían el amor en un rincón, alentados por el calor de las colillas, el vino y la cadenciosa música que interpretaban los gitanos. El par de catalanes habían empezado también con lo suyo, sólo que no tan alejados de la fogata, supongo que eso inspiró a una pareja de franceses a montarse un “menage a trois” con Rosa; eligieron esa modalidad del amor con un trasfondo un poco chovinista (en el sentido más positivo de la palabra), y haciendo honor a su origen Galo. Estas escenas me recordaban cómo imaginaba de niño (bien, no tan niño) lo que debió ser la prehistoria: las manadas de homínidos cazadores y pescadores alrededor del fuego, inventando la música, el amor y la poesía. Mientras tanto, yo estaba aterrado, miraba cómo los cigarrillos se acababan y ya no quedaría nada, ni fuego ni calor, sólo los cuerpos desnudos y tiritantes de los amantes en reposo.

Un corredor que pasó por la estación de autobuses me recomendó que utilizáramos hojas secas para preservar el fuego. De los cincuenta integrantes del grupo alrededor de la fogata, diez nos dispusimos a acarrear los restos que el otoño deja a su paso, para que la fogata perdurase y no morir congelados. Los otros 40 ya fabricaban calor propio.

Intrigados por el ruido y la alegría salieron Miró y Léger de los restos de sus almas dejadas en sus pinturas, materializados a partir de óleo y retazos de lienzo. De inmediato se incorporaron a la fiesta, les pasamos el vino y el queso, abrimos camino para que se acercaran al fuego, ellos nos regalaron la pintura e inmortalizaron esta fogata en un cuadro que quedaría para siempre en nuestras mentes y sólo temporalmente en la parada de autobuses bajo técnica de graffiti. Todos plenos, en esta fiesta nocturna e ígnea, bailaban y cantaban al ritmo de la guitarra gitana. Algunos vendedores ambulantes ya se habían acercado y ofrecían sus productos entre la gente.

Gemidos, aplausos, guitarras, risas, placer, amor y ebriedad, todo alrededor de la fogata que comenzó por ser colilla. Yo, ya un tanto borracho por el vino, intentaba hablar de algo con la gitana, pero no pude. La fiesta por el contrario seguía en su apogeo.

Poco después llegó el 50, Tomás y yo nos fuimos.







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V.N.

04 septiembre, 2007

Tanka*

1

Lluvia constante

que rompe en la ventana

cuánta nostalgia

hoy siento de sus labios

bajo el canto del agua.












*El Tanka, es una estructura poética de origen japonés (S. XV). Consta de un verso de cinco sílabas, otro de siete, uno más de cinco y dos últimos de siete. Carece de título y de rimas.

Tradicionalmente, el poeta japonés encontraba inspiración en la naturaleza para escribir un Tanka: el árbol, el monte, el río, la flor, etc., eran la fuente de la que bebía la creatividad del poeta para expresar un sentimiento.


Yo estoy lejos de ser poeta, pero la lluvia de estos últimos días…


Dejo esta entrada a manera de simple ejercicio (uno no muy bien logrado ya que no pude evitar las rimas), y porque tengo muy descuidado el congal.


V.N.





(Gracias por quitarme el bloqueo.)

14 agosto, 2007

Llaga peregrina. (Escrito por "Llaga peregrina")

Torvo, acurrucado y malsano,
silente, insomne e infiel a la imparcialidad.
Soberano de sus sentimientos,
pero deudo de sus pensamientos finiquitados
se eleva el clamor de mi espíritu contrahecho.

Torvo, dolorido y dichoso:
¿a quién llorar, si todos lloran por dentro y para sí?

Torvo e inmaculado,
aunque la cáscara está corrupta.
Silente y efímero,
aunque las imprecaciones hieren el horizonte.

La bendita e inenarrable agonía que enturbia
los sueños del pasado,
los anhelos de lo venidero, posible e impensable,
imposible e inevitablemente dibujado en las entrañas
como glifo labrado antes que existiese la memoria,
maña de nuestros ancestros.

Sentimiento antediluviano al que me encaro vis a vis
como ayer y como sé que será mañana.

Dixi.

04 julio, 2007

Fragmentos: Ahogada Verdad.

Lo sabes, hay certeza del argumento porque lo sabes, pues si no lo supieras morirías por saberlo. Pero hoy ya lo sabes. Caminaste o corriste, te volviste investigación y misterio, fuerza absoluta desgarrando los candados que te alejaban, caminaste por los túneles y los corredores que la vida exhalaban. La vida se te ha vuelto cuerda y sencilla desde que lo entendiste, desde que te topaste con ella y entre besos juraste amor eterno, y ella se te dio entera y sublime, tal como es ella: princesa augusta de respiración lenta, en cuyas manos se anida la muerte perfecta. ¿Por qué corrías y gritabas como si el mundo de pronto empequeñeciera?, porque, si no lo hubieres hecho como aquí te digo, habría caído sobre ti la maldición eterna. En el juego de la persecución la fortaleza se te mezcló en los labios y la carne, te hiciste duro y regio, cabalgando entre mentiras, pistas y naufragios. Sólo fue su búsqueda, el casual encuentro, quien te tuvo alerta y mimando los corredores que quizá, sólo quizá, te asfixiaban para que no olvidaras que seguías vivo y que en la mente su recuerdo florecía mil geranios, lilas, margaritas.

Te encontraste con ella, la verdad se hizo presente y te dio fuerza para continuar de pie y calzado en el mundo. Fue más un choque, una constelación de ánimos que forzaron la explosión de esperanza y alegría; fue más un suspiro, una repetición instantánea de lo mismo, lo que siempre has sabido y que hasta ese momento ignorabas; fue la astucia de saberte en puerto seguro, la magia de evitar un día, al menos un día, tener que convencerte de que la vida valía. En la verdad encontraste la fuerza y con ella saliste como Zaratustra que anda y que brilla, como Salomón repartiendo el ritmo y medida, como el sol sereno que quema la arena al filo de una bahía. Los corredores se hicieron acogedores y las callejuelas veredas de música y orgía, los dientes te brillaron, te convertiste en hombre certero, en hombre feliz, en hombre risueño.

Mas apagaste el suspiro cuando volviste al campamento. Cerraron de un tajo los muelles sus brazos y los bosques su canto; se terminó la risotada que termina por conmover y alentar, regresaste al mundo de los humanos. Hoy el cerebro aún juega en la recóndita hostería que armas cuando quedo silencias todo contacto con el mundo, criticando la poca vena que mostraste cuando con ella vivías. La verdad se ha convertido en ti en la cicatriz que rememora un esfuerzo. Sigues preguntándote, quizá jamás lo olvides, ¿cuándo callar es pecado?

04 mayo, 2007

Fragmentos: Pisadas.

La pisada es rotunda. Quizás lo hayas sentido también tú: el dilema de la causa y el efecto trasluciéndose en una pisada que separa la tierra. Es la tierra asustada ante mi presencia, que se esfuma, o la pisada firme obedeciendo a las leyes más antiguas y más nuevas. Las leyes son del hombre. Y lo son porque son palabra incompleta y por tanto son humanas. El infierno. Es la pisada de que te hablo la primera que hago desde que dejé de estar vivo, y por ello es pisada distinta de las leyes del hombre, por eso he comenzado a cuestionar si tantas palabras no ofuscaron nuestro sentido. Es el infierno el lugar que piso, y por debajo mi pisada aplasta de los cráneos el grito. La pisada. Si lo consultas lentamente, todo lo que hacemos los hombres es dejar huella, es decir, abandonar el acto firme de pisar. Pues cuando la planta afianza el territorio lo desafía, hace frente a la inmovilidad de las cosas que suceden porque el mundo es así; imponer las plantas en el camino supone el acto mismo de la decisión que se ha convertido en acto: pienso, luego existo, y luego me planto, tal como lo haría el más alto árbol. Las huellas son sólo un recordatorio fúnebre de la decisión, un haber dejado atrás, un olvido en el tiempo de la lluvia que escurre los recuerdos marchitándolos; en la humedad del tiempo la huella vuélvese piscina: una inundación en el recuerdo, sólo ahí, en el momento de la humedad absoluta, somos verdaderamente conscientes de si, en realidad, nuestra pisada fue honda o mero ensayo, superficial hendidura del yo que somos en la historia o ruptura absoluta, sórdido terremoto. Así, cuando cesa la lluvia del amplio recuerdo, del llanto o la alegría extrema por saber que fuimos pisada, el tiempo se encarga de suavizarnos: la huella se vuelve campo y sólo cuando fuimos firmes escindimos el camino, lo enderezamos o desviamos, mas fuimos, de una forma u otra, un será que ya nadie nos podrá arrancar. La pisada en el infierno. Ahí se terminan las huellas, ahí el fuego lo consume todo, se produce la imposibilidad de la memoria y de la decisión su hondura. La pisada es huella, más la huella ha de desaparecer cuando el infierno nos toca.
Ahora hablo como vacío interminable, como narrativa insensata y carente de fondo. Ahora hablo como quien espera encontrar en sus palabras un camino, un suspiro, un a dónde, la libertad luego del peaje.

“El infierno o la segunda muerte […] es ahora el encerrarse voluntariamente en sí mismo”. J.R.

02 mayo, 2007

Correspondencia conmigo: ¿Dónde estás, sabiduría?

El lenguaje, las palabras, los sonidos hoy deben arrastrarse lento, cadenciosos, simples; no más metáforas dentro de una metáfora que es mi vida, no deben ser sino palabras: sucesiones alegóricas de letras significadas y significantes: interminable colección de trazos rectos y curvilíneos que arrojan a la mente las pistas para descifrar un código, secreto a voces, que sólo unos comparten. Palabras formando enunciados: carreras concatenadas de suspiros que imprimen un –sólo uno– sello en el alma; enunciados en frases: perfecta armonía cíclica y circular entre cadencias, tonos y sonidos a veces callados, libertad de ideas apenas limitada, entrecerrada como párpados de frente al sol veraniego; frases en párrafos; párrafos en tratados; tratados que son ya sabiduría, ya charlatanería, formando, en último caso, pirámides de trazos –rectos y curvilíneos– letras como cascada de imágenes atómicas, enunciados que hablan secretos a voces, frases que dicen algo y no lo dicen, pues pirámide es, construida sobre la imbecilidad, la necedad o, incluso, la maldad.

Digo y me repito a millares de sucesiones por minuto que basta ya de tanta habladuría, que sólo un lenguaje claro como manantial de diciembre será capaz de expresar el dolor que mi alma cruza y encontrar la respuesta que mi alma busca. Minutos, enjambre encarcelado entre el tiempo y el espacio, minutos aquí o allá, delante o detrás. Sólo copulando ambas ideas, la del espacio y del tiempo, será posible entender el minuto en que un pétalo de rosa muere y se desprende de la sutil liga que lo aferraba contra la flor fantástica de sueños de princesas. Minutos de tierra y de arena, reposando al tueste del mediodía, volando tras la ventisca de un huracán, volviendo a reposar, como siempre, sin nada decir, nada tocar, nada escuchar. La vida, entonces, se convierte en una balsa en la marea repentina de los minutos, que son sólo conglomerados de segundos y partículas de hora; la balsa de nuestros días corre y vuela de repente, cerrados los ojos evitando que el polvo cristalino de minutos se cuele por nuestros ojos e, inevitablemente, nos haga sollozar; en otros momentos yace nuestra balsa en la playa del sosiego, ni un ápice se mueve para no invertir tendencia tan ansiada cuando en vilo nos aferrábamos al huracán del tiempo. En fin, minutos todo, como todo se convierte en espacio y en tiempo, dos cerberos que custodian las puertas de la lucidez, arrancándole los ojos y los labios a todo aquel que deje de pensar sobre el tiempo y el espacio, con ellos, dentro de ellos, para ellos. A estos valientes que se han atrevido a desafiar al par de buitres –¿o dragones?– de la lucidez, el mundo ha gustado en llamar locos.

Buscando sin encontrar el sendero correcto, mirando la interminable visión de tantos caminos que conducen a ningún lado, ensombreciendo y empequeñeciendo aquéllos que, como cisnes peregrinos, poseen la certeza del final del recorrido. Los cisnes, ¿que no ya mucho se hablado de ellos?, en fin, no hablaré de tan magníficas bestias. Pero sí lo haré de los caminos, retorcidos y laberínticos caminos, que nos dan la idea de un sendero que se camina, siguiendo los pasos de aquellos más ilustres o más estúpidos, o bien, quizás, haciendo, como se ha cantado, camino al andar. Caminos deformes que achatan la vida, polarizan sentimientos y virtudes, pero caminos al fin. Como madrigueras nocturnas se desdibujan en la niebla, viniendo y alejándose, dejando a su paso a roedores que confunden y traspasan la natural habilidad del campeón, así la vida del hombre viene y va, tropezando a cada momento con roedores, comiendo entre fango y mugre la misma mierda con que tales alimañas se complacen por las noches, cuando sólo los demonios se atreven.

Los demonios. ¡Ahí está la clave!, en esos seres deformes de anchas fauces y retorcidas garras, que asaltan por las noches las almas tímidas e incoloras, que nos persiguen como larvas, nos acechan cual felinos, nos engullen a modo de sanguijuelas con la lentitud propia de los más hábiles cazadores, el deleite de una presa entre las fauces, la sangre que mana entre los ríspidos colmillos, sangre que endulza la maldad, enamora los sentidos del perverso, embriaga y conduce al orgasmo a las más pervertidas mentes. Eso es un demonio, y un demonio es miedo, porque, ¿quién en la tierra, aparte de mí, creería en ellos? El miedo se cuela y hace sombra en las penas, amarguras y deleites de los bípedos que, siguiendo a su natural estupidez, abren camino, preparan la mansión de lujos eternos, el alma, y dan cordial bienvenida a los magos del miedo, los demonios, que en monástica procesión se entronizan en el alma.

Quizás -¡sólo quizás!– lo que tengo es miedo: miedo de minutos que se convierten en demonios y succionan voraces la soledad de mi piel. Antes que tú te fueras no existía nada similar a un demonio corriendo por los patios, alamedas y rotondas de mi conciencia, pero ahora, ¡Dios mío, ahora!, las penas que encumbran en mi vientre no dejan a mi alma en paz. La sabiduría de una hoja del árbol más sencillo, de la gota de rocío que cae próxima a mi ventana, sin rozarla; el pestañeo del ser más vil, más pequeño, han muerto; la sabiduría ha muerto en mí, en los nubarrones que borraron del cielo tu mirada, en el elixir venenoso que he tomado creyendo estar soñando, en mis venas que se cierran y me asfixian y entumen, prohibiéndome besar con arrepentimiento la imagen que aún hoy descansa en mi habitación. Quizá es miedo a que los minutos dejen mi piel flácida mientras el amor, ese etéreo y complicado sentir entre dos –o entre uno, me gusta pensar– pase de largo mi ventana, se olvide de que existo y que lo extraño. Extraño aquella extraña materialización del amor que se llamaba tú, que siempre y cuando fueras tú significaba minutos apacibles postrados en el tostar de un mediodía. Hoy el tiempo y el espacio entraron en revolución: uno, alargando los momentos de letargo y desesperación; el otro, reduciendo al infinito el lugar donde mora mi corazón, cerrando las paredes con claustrofóbica diversión. Así, mi tiempo se expande y mi espacio se cierra… a eso llamo yo demonio, miedo, en fin aquella soledad que nunca pensé encontrar.

Busco tu boca hoy y me encuentro salivando el áspero de una roca, pregunto por tu piel y lo único que encuentro es un frío que me estremece. Te has ido, quizá para siempre, sin saber, nunca saber, que mi único miedo –hoy lo comprendo– es haberte dejado ir, sabiendo, sufriendo por entender que nunca regresarás a mí, aun cuando mi piel te reclame, mi corazón te añore y mis letras y palabras no dejen de conducirme a ti.

18 abril, 2007

El Burdel informa

Calma admiradoras mías, hoy no hay nuevas creaciones para ustedes (¡ja!). Esta entrada es para informales del nuevo virtuality-chow-mágico-musical-literario CAZA DE LETRAS.

Aquí una pequeña reseña:

Caza de Letras es un concurso literario en línea que se realizará del 11 de mayo al 6 de julio de 2007, en un formato similar a los reality shows televisivos, adaptado al lenguaje de Internet. El ganador recibirá 50,000.00 (CINCUENTA MIL PESOS 00/100, M.N.). Podrán participar escritores de 20 a 35 años, mexicanos o extranjeros residentes en México. Un comité dictaminador seleccionará a 12 escritores que convivirán durante 8 semanas a través de blogs integrados a este portal y trabajarán en línea con tres escritores anfitriones quienes, a manera de taller, les plantearán retos de escritura en distintos géneros literarios. El jurado estará conformado por estos anfitriones, que deberán nominar semanalmente a dos o más huéspedes, según el desempeño de cada uno, para salir del concurso. Con la misma periodicidad, uno o más de estos nominados será expulsado con base en la decisión del jurado y los votos de los lectores. El público tendrá así un papel importante en este concurso: podrá comentar a cada huésped su trabajo y podrá votar a favor de su concursante favorito e influir en el resultado de las eliminatorias.

Las inscripciones al concurso se han cerrado y por ahora un jurado para la primera etapa del concurso selecciona a los doce escritores que participarán en este virtuality.

Otro jurado, para la segunda etapa del concurso, es el que trabajará con los escritores seleccionados con el fin de designar a un ganador y estará integrado por Alberto Chimal, Álvaro Enrigue y Mónica Lavín.

Así que sin otra cosa que comentar, invito a los lectores y creadores del Burdel a seguir de cerca este concurso que seguramente será interesantísimo y a participar con sus comentarios en la página del concurso así como en los blogs de los concursantes. Próximamente daré los vínculos a estas páginas.

Por último, creo que este virtuality, además de ser interesante por la calidad de el jurado que coordinará el concurso y por el talento que seguramente tendrán los escritores participantes, sólo puede ser un éxito con el seguimiento y participación de los lectores vía sus comentarios y opiniones.

En fin, visiten los links que he puesto en esta entrada y estén pendientes de futura información.

Este fue Vicente Navarro para el Burdel News... mmmm... ¿regresamos al estudio? ¿No? Bueno ya me voy.

16 marzo, 2007

Algunas preguntas respecto de la libertad.



Si… los tiempos modernos exigen al pensamiento eliminar concepciones metafísicas y abstracciones como “el hombre” y “el ser”.

Si… la construcción de la personalidad y la realización humanas parten del reconocimiento en el individuo de la necesidad de una auto-definición en los propios términos, es decir, la salida al encuentro de mi camino, mi forma de ser hombre en el mundo.


* * *

Desnudo y entre flores de campo quedó recostado el vientre blanco mío que respiraba con tonalidades de primavera. Los dientes y labios habían hecho un plan para delinear la sonrisa más bella y deliciosa. Las flores, cuando te rozan discretamente, producen sentidos tan disímiles como excitantes: una cadena de caricias animadas por el viento y enloquecidas en un centro neurálgico perfecto, agudo. Me he llamado yo y descanso en el pensamiento de un océano eterno: yo soy la magia mía, yo soy el que, recostado en la silente majestuosidad del jardín, pienso. “Je pense”. El ejercicio de verte desnudo, ese espejo en el que un “adentro” es inspeccionado desde un “afuera” que es, a su vez, ventana y puente de salida, electriza aún más el cuadro en el que me estoy pintando desnudo mientras las flores me rozan por el sigiloso viento que las empuja contra mi piel, desnuda, que las recibe como tormenta de sensaciones en cadena. El eco de mis sentimientos se vuelve el centro de la experiencia: ya no soy sólo yo quien recurre a ser centro, sino la naturaleza toda la hace su centro en mí, se instrumentaliza esclava y sierva de la sensación. ¿Lo notas?, el ombligo del mundo estuvo siempre tan cerca y jamás lo vi. En cada corazón se forma un núcleo que encierra para sí todo su alrededor, y todos bailan al ritmo de mi respiración, y hasta los otros que me miran son no más que actores en la puesta teatral que lleva mi nombre, de la cual soy director. En mi respiración desnuda sobre flores que me besaban con el correr del viento se ha anidado el centro del mundo: ya muerto Dios, la tierra o el hombre, soy por fin libre de emprender la carrera mía, la propia elucubración de la materia única que me compete: mi personalidad, mi vida, la posesión magnífica con que fui dotado y plenipotenciado.


* * *


La reflexión es simple… ¿qué es lo que definimos?, una vez que los horizontes de significación, es decir, aquéllos contextos sobre los cuales las evaluaciones de uno mismo toman relevancia, han desaparecido, ¿qué importa lo que decidamos? En este mundo que tanto defiende la libertad como bien supremo, ¿cuál es el valor de una elección, si cualquier cosa que decidamos tiene el mismo no-valor? Se me podrá decir que la libertad tiene un valor en sí, cosa que habrá que admitir, pero, aparte de este (¿pseudos?) valor, ¿existe un valor en las decisiones que tomamos?

Resumamos: los tiempos modernos no reconocen argumentos metafísicos, es decir, todos los horizontes de significación que argumentan el bien y el mal a partir de fuerzas trascendentales, fuera del mundo, deben ser por definición eliminados. Pero entonces, ¿de dónde surgió esta idea moderna?, ¿alguien puede negar que la afirmación del hombre autónomo y cuya conciencia es auto-regulada es eminentemente metafísica?, ¿cuáles son los argumentos racional-instrumentales para afirmar que el hombre es eso que se dice de él? Si partimos de un momento metafísico, ¿cómo negar la posibilidad de la metafísica?, ¿no es de ella misma de donde el entramado liberal o libertario crea sus significaciones? Si vamos más allá, notaremos que el liberalismo define al hombre como la no-definición, es decir, como aquél a quien nada externo (pre) define al sujeto. Ahora, si esto es cierto y nos encontramos en la contemplación del sujeto “vacío”… (como dijera un querido filósofo), ¿no es esta visión más metafísica que todas las demás?, ¿cómo se intuye o se racionaliza a este sujeto?

Más allá: suponiendo la posibilidad de hablar sin metafísica, la posibilidad de un hombre que se auto-define de acuerdo a sus propios criterios (¿en verdad todos los hombres tienen sus criterios?), caemos en la primera pregunta, ¿por qué es tan importante algo tan efímero y errático?, ¿no será que, en última instancia, ha sido imposible retirar la metafísica de las vidas de las personas y que, aun libremente, el valor de sus decisiones procede de criterios ultra racionales?
* * *

Nota. La reflexión que presento toma prestadas ideas de varios filósofos. No es mi pretensión presentarlas como mías. Desde autores como Rene Descartes e Immanuel Kant, hasta Charles Taylor, Martin Haidegger, Friedrich Nietzsche, Alan Haworth, Isaiah Berlin, han desarrollado estas ideas en toda su extensión. en particular, tomé ideas del texto doctoral de Eric Herrán. Aquí sólo pretendo plantear una pregunta.

14 marzo, 2007

Santa negra*


tambores hierven paralizándome su eco
tumm tumm / tambaleándose el silencio
rugidos de pantera y de gallina el verso
boom boom / bamboleándose su cuerpo

dama negra de la noche envuelta,
rostro marcado y con serpiente el yelmo
--- boca ancha, fuerte el ceño
ojos brunos y en la muerte el rezo

boom boom
-----hechicera de los falsos muertos
boom boom
-----erupción de vísceras tu anhelo

danzas apropiándote mis huesos, me miras…
---estancas en suspiro la sangre impía
---te sacudes burlándome la vida
castigas, negra, con agujas de carne viva

boom / acercándose tus manos
tumm / desnudo ya el regazo
boom / arañándome los brazos
tumm / de tu voluntad esclavo

¡anda, bruja, deja ya tu vil encanto!
boom boom / tregua a tus caderas y paz al sucio llanto
¡vamos, negra, sal del fuego y hazme santo!
boom boom / acepta el fruto de cuchillo y canto

tum / el sinsentido entre mis manos
boom / presente vivo que te traigo
tum / sangre y río el contrabajo
boom / de locura el corazón humano


Leo Cerezo



13 marzo, 2007

Cuarto Sendero

El Hombre del cabello rojizo


Lo conocí en una habitación oscura. Su espalda impedía ver el trabajo al que se dedicaba pero la ventana abierta frente a él arrojaba a mis ojos el universo. Sentado en un banco y con un caballete frente a él, los tonos ocres, rojos y naranjas del paisaje rogaban por incrustarse en su pincel. A sus costados se apilaban docenas de tubos gastados, pinceles rotos, lienzos inconclusos, manchas de óleo en el piso, un par de vasijas y un plato desgastado que con un poco de imaginación y aseo pudo haber albergado, alguna vez, algo comestible. Ignoro el tiempo transcurrido entre mi llegada y el momento en que me deslicé hacia las sombras del pasillo, sin embargo para entonces los tonos encendidos de la tarde habían dado paso a los azules y grisáceos de la noche. Caminé despacio hacía la habitación al fondo del pasillo donde había depositado mis anhelos y en cuya cama había desparramado la pasión y mis sueños. Me tendí emocionado sobre ellos y pasé la noche navegando entre sus versos. Era una noche mágica. Una noche que hubiera envidiado aquel sultán de tierras árabes y cuya interpretación sin duda sería un reto para cierto médico austriaco que por aquellos días soñaba aún con descifrar los sueños. Envuelto en las alas de la noche volé hasta el mismísimo corazón del Escorpión y cabalgué sobre Pegaso para liberar doncellas de sus cadenas; observé las luces del primer infierno y a Virgilio guiando a Dante entre sus filas; presencié la fragua de la tabla donde se deletreaba con toda precisión el nombre perdido de Dios y emprendí un largo paseo por el jardín de senderos de bifurcaciones infinitas. Al abrir los ojos, o cerrarlos, estaba en aquella cama. Mis emociones, antes dobladas en una esquina, se esparcían desparramadas por el cuarto y la vela de la razón, que había colocado a mi costado, yacía apagada y sin consumir entre las sábanas de sueños. Apenas reuní la duda suficiente, me levanté y salí de ahí. Por dentro era una casa vieja, una de esas casas que destilan historia entre sus tablas y que albergan en su techo la constelación del Tiempo. Tenía además la virtud de acompañar con sus crujidos a quien la habita y de retener en sus paredes la personalidad de sus visitas. Yo era una visita, un accidente en el transcurrir ilógico de aquel lugar. Mi presencia ahí era tan importante como inoportuna. Los días en ella transcurrían entre el culto a la imaginación, la sinrazón de los sentidos, el diálogo con las letras, la inocuidad del tiempo y la creación del Universo en lienzos.

Para entonces había descubierto que sus verdaderos habitantes, el hombre de cabello rojizo y el joven del sombrero de ala ancha, eran también visitas itinerantes entre esos muros. Su morada original estaba en los caminos, puentes y plazas de la villa, a donde acudían con prontitud al clarear el alba y de donde se despedían al caer las estrellas. Partían siempre con un caballete a cuestas y sus instrumentos afilados. Por las miradas ocasionales entre sus cuartos abiertos supe que aquellos hombres eran también demiurgos de un mundo nuevo, o quizá los encargados de dar una nueva cara al mundo estancado en la pretensión medida y simétrica de la perfección. El joven del sombrero dedicaba buena parte de su tiempo a infundir vida al camino de los muertos; el hombre de cabello rojizo se especializaba en secuestrar momentos, cosas y lugares que tras algunos días, a veces horas, acababan por adoptar plácidamente las dimensiones de la jaula donde los plasmaba. Para entonces ya sabía que algo especial había en él… ése hombre no utilizaba óleos en sus trazos, cada pincelada llevaba como esencia una mezcla entre la ambrosia que convierte lacayos en dioses y el soma de los Alfas de Huxley.

Fue en una noche de Diciembre cuando, al caminar frente a la puerta abierta de su habitación, el último resquicio de mi realidad se derrumbó. Una vieja cama de madera con sábanas rojas y acomodada junto a la pared, junto a unos cuantos cuadros y una pequeña mesa resguardada por un par de sillas maltrechas, servían de testigos de la creación de un mito inalcanzable en las estrellas. Aquella noche fría se iluminaba bajo los trazos esquizofrénicos y explosivos de ese hombre que transformaba un simple lienzo blanco en una maravilla indescriptible. A cada pincelada iba dejando una parte de sí mismo. Parecía inyectar su vida en los colores y hacer sufrir su razón al avance de la noche, y la mía con él. En algún momento donde lo único que parecía atarme a la humanidad era mi existencia misma, lo comprendí… ése hombre no estaba capturando una noche, estaba creando las estrellas que un griego milenario, mirando al cielo, había imaginado y asociado con el mito de la doncella encadenada. El cuadro era dominado por tonos azules y amarillos donde las estrellas parecían explosiones, como de las que se deriva el mundo mismo, y las nubes asemejaban nebulosas infinitas. Un ciprés del lado izquierdo remitía un poco de irrealidad al cuento y los techos de las casas de la villa recordaban la relación epistemológica entre el creador y sus caprichos. Un trueno de orígenes olímpicos sacudió la noche y sus sinsentidos. Fue entonces cuando su pincel cayó al suelo y volteando hacia el marco de la puerta me miró. En ese instante su vida pasó ante mis ojos. Su origen austero y la lápida de un hermano muerto con su nombre; su vocación con los mineros y su frustración por el rechazo de quienes respetaba; sus amores con una prostituta y la huída para refugiarse en los brazos de su hermano; lo supe todo. En un segundo el hombre había vuelto al génesis de las estrellas; sin embargo ese instante, congelado eternamente en mis recuerdos, fue suficiente para percatarme de la presencia de una banda en su cabeza. Parecía tener una herida — quizá producto de la cruenta batalla con su obra— pero al inspeccionarlo más de cerca, pude ver que en esa banda se descubría la Vía Láctea atada a su cabeza. Su orbita parecía parafrasear una presuntuosa circunferencia rodeándole el rostro del cielo a los infiernos, su presencia se deleitaba escondiendo algo misterioso y seductoramente indescifrable…

A la mañana siguiente reuní mis cosas y resolví partir. Cuando pasé frente a su habitación él ya no estaba, tan sólo permanecía su obra terminada. Entré y me perdí en la contemplación de la noche engendrada. Tras algunos momentos, que bien podrían haber sido años, la tranquilidad que me embargaba se convirtió en un impulso irrefrenable. Mi mano se arrojó impetuosa hacia adelante. Se acercaba al infinito con vida propia, cada vez más cerca, más, hasta que en una explosión final, sumergiendo la mitad de mi brazo en aquella realidad etérea, tomé una de sus estrellas. Todo estaba terminado. Un fuego recorrió mis venas. La línea entre realidad y fantasía estaba rota. Coloqué aquel trozo de creación materializada bajo mi brazo, dí media vuelta y, abriendo las alas al viento, partí.

06 marzo, 2007

7 (Último)

La tierra se viste con tu cabello
que pinta de ocre y castaño el otoño,
que da color de atardecer eterno
a este instante en que tu pelo se esparce
y se enreda sin tiempo entre mis dedos,
y la tierra y el viento y la arena de
los desiertos viven para tu pelo,
del que toman color y movimiento

existes en mi pecho que te canta
en el lenguaje de un latido leve:
ritmo sereno y lento de cigarra,
que suena intermitente en notas que caen
sobre el silencio de tus piernas calmas

y envuelto en tus humores y en tu aliento,
que viven silentes en mi recuerdo,
un sueño comienza a rozarme apenas:
tus dedos se mueven sobre mi cara
tocando y recorriendo apenas nada,
juegan con mi nariz y con mi barba,
se meten en mi boca como agua,
tu mirada despierta me libera
del letargo de estas horas cansadas,
y tomas mis besos entre tus manos
y con ellos cubres tu piel de invierno,
tus piernas aprisionan mi deseo
y mis ojos llueven sobre tu cuerpo.

Pero pequeñas muertes me persiguen:
despierto sin tu beso y sin tu aliento
y siempre, siempre siento que estoy muerto,
sin tu piel sosegando mis deseos.

Pero vuelve la noche, como versos
que regresan, como el vivo recuerdo
de tu ojos de mar, tu vientre de uva,
y no hace falta más estar despierto
porque vuelvo a tu boca para beber
la vida que regalas en palabras:
en cada letra con que hilas mi nombre.

Oda al fracaso (por Abracadabra)

Antes me sentía cuenta cuentos, contaba historias. De pronto tenía esta intención de crear realidades alternas, diferentes, escenarios que sólo cabían en la imaginación de un juglar. Entonces me sentí músico y cuenta cuentos, así que muté en trovador, escribí canciones, trataba de crear armonía entre tonadas y versos, trataba de decir cosas que necesitarán el calor de las notas de mi guitarra, y trataba también de encontrar las notas adecuadas para arropar mis palabras, trataba de hacer poesía. Y fue entonces cuando me sentí poeta. Escribí entonces poemas.

Después de todo, nunca sirvieron mis palabras para que vivieran mujeres y hombres que hicieran fuego, construyeran casas, comieran pan, se repartieran la luz, y en el amor, unieran relámpago y anillo. Apenas alcanzaban mis palabras para tratar de elaborar un sencillo retrato de mi mismo. Me di cuenta que mis cuentos sólo eran la llana descripción de la realidad que siempre he habitado, que mis canciones no eran sino los deseos de un equilibrio desencontrado, que mi poesía sólo era la pretensión de reinventarme.

Así que dejé de contar historias, dejé de escribir canciones, dejé de hacer mi poesía. Y aquél que ya no hacía cuentos ni canciones ni poesía se dedicó a hacer historia, a cantar canciones, a vivir poesía. Y así fue, más o menos, que decidí estudiar Ciencia Política, que me abandoné a la trova, que me arrojé a convertir mi vida en una gran poesía.

Resulta que la realidad me enseñó que la Ciencia Política no era sólo un instrumento sino también un fin. Vino la vida y me dejó una lección: la trova no es la canción inteligente sino una manera más de cantar. Y vino la salada vida y me instaló el tenso debate entre lo deseable y lo posible, entre lo infinito y lo visible ¿Si haremos historia qué historia?

En fin, las carreteras ya tenían principio y fin. El arrojo tenía sus límites. Al deseo lo acorralaban cercas, alambradas. Y así, sólo me fue quedando el alambique. Era poético, era histórico, hacía poemas, hacía canciones, hacía historias, inventaba cuentos.

Entonces me di cuenta que algo había quedado de mí aún sin todo eso que había habido. Quedaba el que encontró en los cuentos su vida, el que halló en las canciones sus sueños, sus recuerdos, el que buscó en la poesía su existencia, en la belleza su esencia, en las palabras su historia.

Y llegó Mónica.

Y ser yo ya no fue tan difícil: se me desengrasaron los ejes de la carreta. Se soltaron las alas, se acercó el cielo y el mar se quedó quieto. Y al compás de las viejas canciones, de las olvidadas poesías, de las autobiográficas historias, el mar se agitó, el cielo tronó, la tierra se abrió, las venas se hincharon, la piel se tensó, el corazón vapuleó mi pecho. Y el amor se quedó.

Y ser yo ahora es incluso fácil. Ya no invento historias, ya no me describo con cuentos que intentan ser de otro planeta, ya no escribo canciones, ya jamás hago poesía. Pero ahora soy historia, soy poesía, soy canción, soy un cuento de otro planeta.

Y ahora ser yo teniéndola lejos es más difícil. Ahora me enfrento a lo que de pronto no veía. Pero ser yo también es más fácil. Porque la veo en las veredas que debo tomar, porque me alumbra en la noche, me llena de paz, me enciende la vida.

Ahora, incluso lejos -aunque no tanto- me siento satisfecho porque soy un hombre que con una mujer hacemos fuego, construimos casas, comemos pan, nos repartimos la luz, y en el amor, unimos relámpago y anillo.

Y estoy satisfecho de retomar a Neruda para pedir que perdonen, señores, que interrumpa este cuento que les estoy contando y me vaya a vivir para siempre con la gente sencilla.

28 febrero, 2007

Correspondencia Conmigo: La Marea de Tu Voz

Algo suena, ensueño o disipación arqueada entre las líneas de un libro en que mis ojos se hunden. Sonido que retumba en el exterior de las páginas cautivadoras que se mezclan en mi razón lectora. Sonido, escuchar: despertar del sueño fantástico que se construye un mundo de letras ajenas, historia en que personas jamás vistas toman juego en lo intrincado de la mente. Sonido, fonética experiencia frenética y febril, aguijón sensorial y estruendo intermitente igual a un cadencioso baile en decimonónico palacio: pisadas acompañadas y dejadas al ir y venir del enamoramiento que se produce entre los espasmos arrítmicos y los artísticos silencios; brazos y cuerpos que se juntan poco a poco y de vez en cuando, rozándose quedos y cuidados. Sonido que despierta al lector de su viaje submarino, subterráneo, extrahumano.

Salgo del sopor y aletargamiento que las dulces frases de un libro producen en mí. Entiendo. El sonido llama y le contesto atraído como por algunas musas recostadas en la orilla del mar que cantan y divierten entre cítaras y arpas a Poseidón. Tu voz ha entrado en juego, la técnica ha resuelto con denuedo el problema de encontrar tu voz aquí sintiendo tu cuerpo tan lejos de mí. Tu voz es realidad y virtualidad, promesa y palabra entrelazadas en un artículo de fe: fe en lo que significa realidad. La realidad de escucharte mientras tus labios se mueven a miles de sueños de donde mi cuerpo recibe el estímulo de tu voz. El mundo en que me encontraba, la realidad de una historia entre líneas que se crea y recrea en los pasillos del alma, la mente y memoria, ha caído de repente; las diosas y princesas caen de sus castillos en derrumbe y los dragones vuelven a sus madrigueras que desaparecen en el sigilo de una distracción y el héroe salvador ha tenido miedo del fracaso y una nebulosa a todos ha envuelto y el párroco –el ilustre fray– ha cancelado su misa y ante el armagedón sólo acierta en vociferar palabras entrecortadas que parecen simular una oración y cae de rodillas esperando de los tiempos la consumación. Segundos pasan. Quedan ya sólo ruinas y polvo, una espesa nata rojiza y carmín de tonos rosados e incluso azulados donde campos en incendio y chozas desarmadas hacen del espectáculo un circo de irónico recreo. Salgo, por fin, de mi ilusión literaria y encuentro tu voz, dulce marea de vientos y cortes, desfile armónico de vocales y consonantes unidas, orgiásticas y pérfidas, soldadas, sensibles y excéntricas.

Apenas si logro entrar en el archivero de mi memoria, lanzando con descontrol documentos, papeles, cifras, historias y mentiras para encontrar en la maraña espeluznante de la estancia la relación que me diga que tu voz es tú, que tú te has vuelto tu voz como el fruto se convierte en semilla en las manos del cosechador. Por fin doy con tan dichosa relación, pequeña hada de dimensiones más tiernas que humildes y ojos brillantes y juveniles que logra unir el sonido y tu rostro, creando entre la confusión del derrumbe que recién he vivido –¿o muerto?– y la voz misteriosa de lugares extraños y remotos una lógica brillante también, como sus ojos. Ahora entiendo. Despierto. Dame un minuto para pensar en tanto movimiento, tiempo, espacio y silencio que ha entrado y salido de mi ya ronca respiración. Apenas respiro. Con trabajos disimulo el cansancio de tan repentina maniobra. Dos segundos. Ya sé que estoy solo, que no debiera pedir ni licencia para tomar este respiro pero, ya sabes, así soy.

Por fin mi lengua, dientes y del paladar el velo han hecho una acrobacia y han respondido la frescura de tu voz, la marea de tu voz. De pronto me imagino –¿o era cierto?– como en medio de aquel páramo derruido por mi descuido sensorial; en el mismo centro donde el último de los hombres pereció luego de a su amada ver sofocar; junto al polvo y al lodo, las brasas aún tibias desprendiendo azufres y pútridos gases; me imagino respondiéndote desde una tierra lejana, mandando mil aves mensajeras a luchar contra el mundo sabedor de que sólo será una la que fiel regresará.

La marea de tu voz me ha hecho despertar, y a efecto ha muerto una mundo de ilusiones: una manada de dragones, dos diosas, catorce princesas vírgenes por desposar, cinco héroes vestidos de acero, cuatrocientos campesinos sonrientes que jamás a Dios volverán a rezar, mil hectáreas de árboles, colores y olores sinfín, un fraile aterrorizado, tres monaguillos mártires, mi mente creadora, la imagen que de sí misma tenía la pequeña aldea y, como si la sangre y el hastío no se detuvieran jamás, el pequeño amanuense, escondido entre muros pesados que, sin mirar ni ser mirado por la aldea, escribía la historia de los hombres y mujeres que habitaban la zona y la consideraban su propiedad. Su libro, perdido en mi memoria, no saldrá nunca y vagará condenado por los desiertos del olvido y el recuerdo, como en un circuito infinito del cual nunca poder escapar.

La marea de tu voz. Despierto. Destrucción, devastación, exhumación. Sin preguntar acaso por la salud de mi mente, imágenes nuevas comienzan a crecer, tu voz ha sido creadora, idéntica, quizás, a un Dios que desde su interior observa su obra, juzgándola buena. Así, en el desierto de huesos y carroña de mi mente algunas raíces comienzan a despertar mientras el rayo primero de un sol rojizo y blanco se hace un hueco en las alturas de cegadoras nubes cargadas de azufre y hollín. Cristalino manantial de piedras y roces diamantinos domina ya el paradisíaco paraje, y hadas que sonríen para sí mismas, sonrojándose, posan sus almas y sus cuerpos entre los lirios verduzcos que arropan sus cuerpos desnudos. Desnudos también crecen los árboles cerniéndose militares sobre el mágico fontanar, dejando a sus hojas, tan libres y esclavas como todo hombre pudiera desear, crear con el agua reflejos barrocos e impresionistas. Mil bestias han llegado alimentándose del eterno fragor y frescura que despiden las alas de un enamorado ruiseñor. De los restos de un pueblo en vilo y muerte y el cáliz ofrecido en sacrificio a la divinidad destructora de la marea de tu voz se erige con inocente belleza e ingenuidad un nuevo mundo que en mi mente no tiene nombre aún y que quizá nunca lo tendrá. Allí sólo priva un ahora, la vida no ha evolucionado ni tiene historia ni tradición; las bestias no descienden sino de sí mismas, y las llamo así, ellas, y el manantial no ha erosionado ni modificado su altar, ha sido y será lo que por el momento, en mi mente, es. Y yo, voluntad creadora esclava de tu voz, no soy sino yo, uno que no conozco ni soy pero que se recrea en un eterno retorno a sí mismo, a un tiempo cero cíclico dentro de una espiral singular, volviéndose quizá un yo ideal, idealizante e idealizado.

Tu figura entra descalza y desnuda en mi memoria, y las flores te miran tímidas y se doblan con vergüenza al contemplar a su diosa, creadora y sustentadora. Las hadas han hecho ya un círculo a tu alrededor y te iluminan y hacen brillar cuando tu cuerpo se posa sobre la roca mejor. Yo sigo fuera de tal , te veo desde una soledad y aislamiento que es tan mío como me reconozco su autor. ¡Cosa extraña!, he de crear, yo, un nuevo yo, ¿alter ego?, ¿alma gemela?, que entre en el mundo de mi mente y te hable. Por fin, una silueta aparece a los pies de una alta montaña que se erige en lo alto de una mirada rápida hacia ti. Apenas vislumbro tu cuerpo y corro y muero en el intento de alcanzarte. Siento la desconfianza que gritan las aguas a las que me acerco, siento como lo hace quien viola la intimidad de una rosa olfateando perverso su contorno, como queriendo robar aquel elixir, almacenarlo, manipularlo con las más viles técnicas y manufacturas. Siento el sudor de quien entra a un templo divino, de rodillas y con baja testa. Siento, en fin, lo que siente quien se corrompe a sí mismo haciendo de un sueño su sueño, una posesión maldita y enfermiza, propiedad privada de lo etéreo, mágico y poético; alienación de la cultura, de un baile bailado por todos o un poema cantado por todos en la profundidad de su ser.

Decido entrar. Mis ojos vierten la ternura de un fluido callado entre gritos cuando descubren tu cuerpo que descansa en la roca más lisa, más bella, colocada allí por los dioses como esperando por ti. Tu rostro sido esculpido bajo cincel, con detalles geniales desapareciendo entre las lógicas de la geometría y la alegoría; alguien ha puesto, simétricas, dos esmeraldas color de jade, tributo pagado por mayas o incas o aztecas a la visión de ti; tus labios despertaron de un sueño perfecto y virgen, donde las voces no se cantan ni los besos se ofrecen, y se abren confiados y vigorosos esperando al noble que te ofrezca su corazón; los rizos dorados que de ti cuelgan cubren juguetones tu rostro guardando de tu poesía un secreto, y descienden apacibles por tu cuello, haciéndolo aún más imprescindible para un soñado encuentro de amor; tus senos son apenas sombras que hablan de lo femenino en , de la interminable cruzada de un sexo por convertirse en ideal, del ideal que se hizo sueño, del sueño que eres tú; tu vientre saluda risueño la mirada del intruso con tersura y belleza y una mueca de perfección; tus piernas bifurcan el erotismo que exhalas al vibrar, dos tus piernas y dos los pecados que cometo al vibrar con tu vibrar, dos las condenas que en el cielo tendré que pagar.

Tus ojos me miran y la conexión produce un bochorno eterno en el mítico manantial, las hadas se miran desnudas y ruegan a los lirios las acojan y vistan y protejan de la impiedad. Me miras y te miro y el sueño, la imagen, la oración que mi mente ha proferido a la marea de tu voz comienza a desaparecer en un retorno a lo temporal. La mente mía, cansada de crear, ha entendido el sigilo de mi voz, la de un yo real, hasta que el yo ideal desaparece y se esfuma de la fuente de mar, igual que las hadas, que se despiden con la música final del despertar. Un yo y un se encontraron en la poética realidad que he creado yo, y mientras despierto al tiempo, a lo temporal, las figuras de ti y de mí se funden en un abrazo y sus líneas y curvas se confunden, sellados en una alter realidad que siempre vivirá en el canto del juglar.

Termina el trance. La marea de tu voz. Despierto. “Hola”.

18 febrero, 2007

Sed


-¡Tengo sed!


Era lo último que escuchaba antes de despertar sudoroso y con la respiración entrecortada. Aquella noche esa frase retumbaba entre la noche como recuerdo de lo que había sido. Su poder se había ido, no quedaba nada. Lo único que podía adivinarse en medio de aquella recién formada tumba era el brillo de unos ojos que, exageradamente abiertos a causa de la angustia, rogaban ayuda.

Hasta ese día el ritual se había repetido puntualmente. Todos los días Tomás despertaba sofocado a las cinco cuarenta y cinco en la mañana. Ni un minuto más, ni un segundo menos. Los números rojos de su despertador lo atestiguaban. Con todo, Tomás no los odiaba. Había aprendido a convivir con ellos y alegrarse al verlos. Ese brillo rojo en medio de la oscuridad significaba que, por hoy, había logrado escapar. El sudor en su frente también era su amigo. La humedad acumulada era una prueba del esfuerzo realizado para escapar de sus sueños—malditos sueños—, por lo que cada noche, luego de su escape y siguiendo las formas del ritual, se llevaba la mano a la frente para cerciorarse de su realidad. Una vez ratificada su existencia, se levantaba de la cama y se dirigía al baño. El rostro con el que se topaba en el espejo había cambiado desde la primera vez…la mirada inocente del niño había dado paso al rostro juvenil, y éste, a su vez, había sido testigo del paso a su estado —decrepito— actual. Las grandes ojeras en el rostro hablaban del sufrimiento de ese hombre. Para Tomás, soñar era un martirio. Cada noche, desde que tenía memoria, era acechado por demonios en sus sueños, por lo que buscando evitarlos —a los demonios y a los sueños— había cultivado el hábito de los paseos nocturnos, lecturas desveladas y procurado la asistencia a cuanto grupo, lugar o evento congregara trasnochados. Pese a todo, era inútil. Más allá de unas cuantas noches en vela, que acababan siendo un calvario durante el día, Tomás terminaba dominado por Morfeo y, en más de una ocasión, en los lugares menos indicados.

Pasaba sus días buscando una cura. Lo que él quería era no dormir, negar la oportunidad a los demonios de presentarse y acosarle, escapar de su martirio. No había nada que pudiera hacer. Brujos, curas, psicólogos, médicos y amantes lo habían intentado sin conseguir nada. No entendían. Hierbas, pastillas, divanes y caricias habían pasado por él sin ayudarlo y sin darse cuenta que sus prescripciones condenaban a Tomás al infierno que tanto detestaba. Dormir: maldición infame, cruz a cuestas, río de muerte y desesperación. Sin importar dosis o remedio, como condenado a una eterna penitencia, Tomás dormía. Esa era su maldición.

Un día mientras escapaba de los brazos de sus perseguidores, Tomás cayó. En el suelo, rodeado por sus captores, horrorizado y sintiendo cercano el toque de la muerte balbuceó un par de palabras: Tengo sed. Dicho esto cerró los ojos y se entregó a su fin. Cuando los abrió de nuevo estaba desparramado en el suelo húmedo de un lugar oscuro… sudoroso, maloliente y agitado pero, lo más importante, vivo. Desde entonces, lo más cercano a un remedio para su mal eran esas dos palabras. Repetirse a sí mismo que tenía sed era lo único que lo ataba a la realidad y que le permitía escapar de su laberinto personal. Así, inició la confección de su ritual: llevarse la mano a la frente al despertar, no tomar más agua que la estrictamente necesaria —había conseguido subsistir con tan sólo un vaso de agua al día—, acudir constantemente al baño y mantener cerca de sí, en todo momento, una jarra —vacía, por supuesto— como símbolo de su anhelada redención y su constante sed. Sed por tener sed.


Febrero 1

“Me costo trabajo despertar. Los demonios casi me alcanzan. Prometieron que vendrían a buscarme.”

Febrero 6

“Fin de semana. Logré pasar el día sin acabarme el vaso. Mi casera me preguntó si estaba bien: dice que se me ven grandes ojeras. Yo me veo normal”

Febrero 10

“El doctor dice que no puedo vivir así. Me recetó descanso y pastillas para dormir. ¡Tonto! No entiende nada. ¡Nadie entiende nada!...No puedo dormir, ¡no quiero! ”

Febrero...15(creo)

“Pude ver sus dientes. Son grandes y afilados. Quiero que se vayan… ¿Qué hice?, ¿Por qué a mi? Voy a ser fuerte, tengo que serlo. Si no duermo no podrán salir.”


Febrero 2...

“No tengo a nadie. Quizá sería mejor aceptarlos y vivir con ellos... me duele, me duele mucho. Estuve a punto de hacerlo...¡No! ¡Resiste!...si no lo hago ellos vendrán!”


Febrero

“Sed, sed… vienen por mí. Ya no puedo burlarlos mucho tiempo. No quiero dormir. ¡Malditos sueños!”


Febrero 24

“¡Están aquí! ¿Cómo salieron? ¡Es imposible! Se acercan… ¡Dios! Son muchos. Me están rodeando. ¡Tengo Sed!, ¡tengo sed! Siguen avanzando…

-Despierta Tomás, ¡despierta!

-No, no estoy dormido…ellos están aquí.

-No, Tomás. No. No pueden estar aquí.

-Sí, salieron del sueño.

-No.

-¡No son un sueño! Puedo oler su aliento fétido sobre mí…

-¡Despierta ya! Vamos, Tomás. Deja ya ese lápiz. Vas a morir.

Cuando lo encontraron estaba casi en huesos; con los ojos muy abiertos y aferrando un lápiz en su mano daba un toque desgarrador a la habitación. La cama destendida, la basura almacenada, el baño desbordado, inmundicia y la ropa sucia…todo sugería que aquel sitio había sido el único que aquel hombre había visto en mucho tiempo. La casera dijo haberlo visto por última vez hace más de un mes, cuando le pagó la última renta. En ese entonces se veía flaco y paliducho pero era un hombre. Lo que estaba en el piso del apartamento había dejado de serlo, era otra cosa. Nunca había sido un hombre parlanchín —quizá nunca había sido un hombre— por eso, cuando la casera dejó de verlo se limitó a introducir las cuentas por debajo de la puerta. Cuando abrieron el apartamento cuentas y recibos seguían ahí, mojadas y en el piso, formando parte del asqueroso tapete de desechos húmedos que tapizaba aquel lugar. Encontraron rotas las llaves del baño, las paredes enmohecidas, una jarra de agua—llena, naturalmente— y un olor pestilente acentuado por la humedad de aquel lugar. Encontraron también una libreta junto a él. Al abrirla un papel se precipitó al vacío. Era la receta de un doctor, le ordenaba descanso y muchos líquidos. El diagnostico: deshidratación. Al volver los ojos a la libreta notaron que era su diario. Allí, con grafías ansiosas y desdibujadas, se podían leer sus últimas palabras:


- “ Tengo sed”


Leo Cerezo

 
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