03 diciembre, 2006

Seppuku
Por Ocelotl*

"Incierto es el lugar en donde la muerte te espera; espérela, pues, en todo lugar."
Séneca


I

10 de la noche de un 1º de noviembre que se antoja romántico e íntimo, envuelto en una atmósfera tibia y contrastante con el espacio exterior, ese que apenas se vislumbra del otro lado de la ventana. Espacio gris, místico y profético, espacio que advierte un futuro invierno pocas veces visto.

La atmósfera cálida del interior corta de tajo el sabor que produce la contemplación de miradas gachas de algunos pocos que se aventuran a pisar las mismas calles grises y sucias por las que tantas ocasiones caminé.

En el interior todo es cálido, la atmósfera que con esfuerzos se logró ha valido la pena: finas velas estratégicamente acomodadas en la mesita redonda engalanan el idílico cuadro, persianas nuevas enmarcan el recinto, luces reflejadas en las paredes crean contrastes delicados, deliciosos, dignos de halagar a la más hermosa mujer.

El juego de luces es la cereza del pastel. Cuatro lámparas minimalistas acomodadas en los cuatro puntos cardinales del lugar forman una delicada cortina de luz que inunda todo el lugar, ya no más cuatro paredes frías, sino océano de insinuaciones tenues de luz con pequeñas provocaciones del fuego de las velas.

Aquel océano-desierto de contrastes finos, minúsculos, suaves, producidos por el jugueteo de la luz con la mesita, con las dos sillas (estratégicamente juntas, casi entrelazadas, apenas rozándose ), con el sofá de la sala; se combinó con el aroma de mis dos platillos favoritos: lasagna y crepas, la mezcla perfecta, la dualidad perfecta, los polos perfectos... el detalle romántico por excelencia.

La atmósfera era inigualable: luces y sombras haciendo el amor, olores provocativos, apenas allí presentes, mezclándose impúdicamente... sabores transformados en contrastes sugerentes y sensuales, y por si la ecuación no resulta perfecta, el vino tinto sería, casualmente, el hallazgo afortunado, el rotundo fin de improbables y no contempladas indecisiones, la invitación inocente a fundirse con el ambiente, la proposición indecorosa a la que nadie se puede negar.

Todo el retrato logrado con esfuerzos, con años de preparación, inducía a la extinción del yo e invitaba sutil y salvajemente a la fusión de cuerpos, a las mentes amalgamadas con un solo propósito, a la exaltación de lo divino masculino y femenino. En pocas palabras, aquello sería una comunión íntima, embriagada de colores, sabores y aromas, todos cuidadosamente ordenados para invitar e inducirla a ella, pues ese era el principal objetivo del ritual, vencer poco a poco, calladamente, todas sus defensas.

11:45 de la noche y la velada esta próxima a comenzar. Ya la imaginaba yo, entrando con esa sencillez digna de una princesa, con su cabello largo, negro, brillante... hermoso; su rostro frío y su mirada penetrante, por momentos indecorosa y provocativa, y sin embargo, bañada de destellos de inocencia.

Ya la imaginaba quitándose el abrigo, dejando al descubierto su cuerpo sugerente, delgado, embriagado ya de luces, sombras y reflejos, dejándose acariciar sutilmente por las velas, deseando sentir algunas gotas de cera sobre su vientre.

Ya veía yo sus brazos desnudos, sus hombros escarchados, llenos de constelaciones y estrellas antiguas, su mirada profunda y negra, sus manos largas y pálidas tomando una copa de vino.

Todo iba a pasar esa noche, todo tenía que suceder, comenzando con una animada conversación de todo y de nada, impregnada de historias y coincidencias desafortunadas, de encuentros y desencuentros... Palabras diluyéndose poco a poco, convirtiéndose en degustación de sabores y sudores, en intercambio de miradas, transformando un bocado dulce en un beso en el cuello, y ese beso en intermitentes y febriles caricias, interrumpidas por el menguante vino.

Tras los besos y los sorbos, la transmutación sería total, dejaría de ser yo para ser con ella, cederíamos un poco de cada uno para transformarnos en el otro, en eso otro que yo deseaba en lo más profundo de mi conciencia y que ella, sin lugar a dudas, estaría dispuesta a ofrecer.

Obviamente la música tenía que aparecer, obviamente haría acto de presencia durante el vino, para que poco a poco, ese delgado espíritu liquido y las vibraciones sonoras, crearan un velo que cubriera cuerpos desnudos, entrelazados, llenos de marcas de caricias aplazadas, cubiertos de sudor, llenos de mordidas salvajes, mezcladas con salivas, con deseos, rasguños... con gotas de cera y vino y sudor.

No habría otra noche más, ni otra cena romántica en su honor y para ella, nunca otra indecisión, nunca más esos miedos incoherentes e inmaduros que me obligaban a no dirigirle la palabra... nunca más aquellas fantasías infantiles, imaginándola a mi lado, tomados de la mano, caminando bajo la lluvia, besándonos bajo su manto, o haciendo el amor a orillas del mar.

Nunca más el miedo a su rechazo, nunca más esperarla a la salida del trabajo y retirarme sin cruzar palabra, nunca más pensar en ella sin tenerla.

Todo iba a pasar esa noche. Le contaría lo que nunca he contado, me revelaría sus secretos más íntimos, sería sincero y le diría que su belleza simplemente me inhibía... Se reiría con migo y me reiría de mi. Esa noche me confesaría ante ella, para después tirar a la basura su sermón y no cumplir con la penitencia, y la proclamaría mi reina y señora.

No había margen de error.



II

Llegó la hora y poco a poco se fue rompiendo el hielo. Las luces cardinales se unieron en armonía con el fuego del centro, de las profundidades... interior. Los aromas se hicieron presentes por un segundo, los sabores también. Todo fue ofrenda pagana, cada detalle confluía en abrazos... temerosos al principio, descarándose poco a poco, irreverentes y arrebatados después de la botella de vino.

Fantasía hecha realidad, sueño alcanzado, castillo en el cielo con una elegante y funcional escalera eléctrica. Un verdadero himno a los sueños, al único sueño de toda una vida: estar con ella, junto a ella, dentro de ella, encima suyo. Acariciándola, susurrándole al oído, empapándonos de nuestros sudores, embriagados y desnudos... completa, espiritual y filosóficamente desnudos, sin vestigio alguno de pudores o tabúes ancestrales.

Noche perfecta, velada mística, alfa y omega catalizándose por obra y gracia del vino. Por fin con ella, intercambiando promesas, negociando suspiros y caricias profanas, equivocando el beso preciso, acertando en blancos suaves, llenos de galaxias, lunares, sombras y sabores.

Esa noche todo iba a suceder. Cada minuto sería un hechizo constante de miradas profundas y confesiones, hasta que ella, fría, sombría, sensual, estoica, dio el paso anhelado y entre jadeos, risas y susurros tomó finalmente la tan esperada iniciativa...

Tomó mi mano aun tibia...

La puse sobre la mesa...

... y de un solo movimiento la piel se rasgó y el mantel blanco se confundió con una mezcla de merlot y sangre.

Lo último fue su sonrisa hermosa, radiante, engalanada por esos labios rojos, ancestrales, joviales. Era hermosa y me confesó algo que no creí cierto.

-Eres hermoso, eres un sueño alcanzado –dijo- ... Nunca más esas fantasías eternas ni esos miedos infantiles que me obligaban a no dirigirte la palabra, a esperarte a la salida de cualquier lugar sin siquiera intercambiar miradas. Nunca más esas fantasías de estar juntos... gracias por la romántica velada.

III

El último vestigio de la realidad golpea fulminante...

La veo sonreír pícara, indecente, inmortal, tomando su abrigo y su daga, despidiéndose de mi, con un ademán por demás provocativo, simulando un beso en el aire. Se retira sin llevarme con ella.

2 de la mañana de un 2 de noviembre que se antoja lleno de flores y ofrendas. Fúnebre y gris, salpicado de sonidos remotos...

Una sirena persistente, de ambulancia...

Una puerta que se abre de golpe.

Se rompe la atmósfera aun tibia, aun con su esencia, llena de su perfume y de su rostro pálido y sobrio.

Unos seres vestidos de blanco, que intuyo paramédicos, anuncian el fin de una velada infructuosa.

Llegamos a tiempo, dicen.

Tontos, llegaron a interrumpir.

* Ocelotl es un viejo amigo, compañero de antiguos viajes, periodista, comunicador y zapatista... entre otras cosas

5 comentarios:

Juan Pablo dijo...

El buen Leo:

Interesante el concepto de ambientación, simplemente no se puede dejar de pensar en el ambiente. Casi una descripción natural del espacio compartido por dos extraños: una forma inteligente de trasladar la atención para luego imprimir mayor importancia a aquellos "extraños".

Sólo resta decir que uno se queda con ganas de saber del resto...

Un abrazo.

Matizz dijo...

y me interrumpio el final de las letras...

me quedo boquiabierta, un escenario y detalles en mi mente y un espacio en blanco en el lugar del fin.

Abraxo*

Vicente Navarro dijo...

Juan Pablo y Matizz:
Sin ánimos de ser arrogante o "intelectual chafita" (jeje), creo que el texto es auto explicativo. Dos tips para entender el texto de Ocelotl:
1) Seppuku es el nombre formal del ritual japonés mejor conocido como Harakiri (no sé si así se escribe, en fin).
2) La frase de Séneca incluida por Ocelotl es otra gran ayuda para comprender el texto y la acción de los "personajes".

Aunque en mis escritos generalemente no describo con detalle el ambiente y más bien soy defensor de la sencillez, el texto me ha gustado. Vale la pena leerlo otra vez para los que se quedaron con hambre de más.

Ocelotl: un suicidio fallido (verga): es como fracasar en el intento de fracasar. Muy interesante.

Leo: gracias por este post.

Saludos hermanos, todos !!!!

Vicente Navarro dijo...

PD. lo más interesante del texto: la "mujer". Eso me gustó.

NAHUAL INSANE48 dijo...

Tentadora cita con mi segunda gran amiga: la muerte.
Dulcemente te envuelve en un clima de sofisticada mortandad romántica.

Me resulta familiar la narración y atractiva, ocelotl.

Es toda una tentación rara la que me hace disfrutar tanto tu escrito y te felicito por esa narrativa cercana, y me gustaría sumar la condición del guerrero: …”uno ya se considera muerto , y asi ya no tiene nada que perder”…

Un gran abrazo hno. Ocelotl y esperando que alla mas.

 
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