16 marzo, 2007

Algunas preguntas respecto de la libertad.



Si… los tiempos modernos exigen al pensamiento eliminar concepciones metafísicas y abstracciones como “el hombre” y “el ser”.

Si… la construcción de la personalidad y la realización humanas parten del reconocimiento en el individuo de la necesidad de una auto-definición en los propios términos, es decir, la salida al encuentro de mi camino, mi forma de ser hombre en el mundo.


* * *

Desnudo y entre flores de campo quedó recostado el vientre blanco mío que respiraba con tonalidades de primavera. Los dientes y labios habían hecho un plan para delinear la sonrisa más bella y deliciosa. Las flores, cuando te rozan discretamente, producen sentidos tan disímiles como excitantes: una cadena de caricias animadas por el viento y enloquecidas en un centro neurálgico perfecto, agudo. Me he llamado yo y descanso en el pensamiento de un océano eterno: yo soy la magia mía, yo soy el que, recostado en la silente majestuosidad del jardín, pienso. “Je pense”. El ejercicio de verte desnudo, ese espejo en el que un “adentro” es inspeccionado desde un “afuera” que es, a su vez, ventana y puente de salida, electriza aún más el cuadro en el que me estoy pintando desnudo mientras las flores me rozan por el sigiloso viento que las empuja contra mi piel, desnuda, que las recibe como tormenta de sensaciones en cadena. El eco de mis sentimientos se vuelve el centro de la experiencia: ya no soy sólo yo quien recurre a ser centro, sino la naturaleza toda la hace su centro en mí, se instrumentaliza esclava y sierva de la sensación. ¿Lo notas?, el ombligo del mundo estuvo siempre tan cerca y jamás lo vi. En cada corazón se forma un núcleo que encierra para sí todo su alrededor, y todos bailan al ritmo de mi respiración, y hasta los otros que me miran son no más que actores en la puesta teatral que lleva mi nombre, de la cual soy director. En mi respiración desnuda sobre flores que me besaban con el correr del viento se ha anidado el centro del mundo: ya muerto Dios, la tierra o el hombre, soy por fin libre de emprender la carrera mía, la propia elucubración de la materia única que me compete: mi personalidad, mi vida, la posesión magnífica con que fui dotado y plenipotenciado.


* * *


La reflexión es simple… ¿qué es lo que definimos?, una vez que los horizontes de significación, es decir, aquéllos contextos sobre los cuales las evaluaciones de uno mismo toman relevancia, han desaparecido, ¿qué importa lo que decidamos? En este mundo que tanto defiende la libertad como bien supremo, ¿cuál es el valor de una elección, si cualquier cosa que decidamos tiene el mismo no-valor? Se me podrá decir que la libertad tiene un valor en sí, cosa que habrá que admitir, pero, aparte de este (¿pseudos?) valor, ¿existe un valor en las decisiones que tomamos?

Resumamos: los tiempos modernos no reconocen argumentos metafísicos, es decir, todos los horizontes de significación que argumentan el bien y el mal a partir de fuerzas trascendentales, fuera del mundo, deben ser por definición eliminados. Pero entonces, ¿de dónde surgió esta idea moderna?, ¿alguien puede negar que la afirmación del hombre autónomo y cuya conciencia es auto-regulada es eminentemente metafísica?, ¿cuáles son los argumentos racional-instrumentales para afirmar que el hombre es eso que se dice de él? Si partimos de un momento metafísico, ¿cómo negar la posibilidad de la metafísica?, ¿no es de ella misma de donde el entramado liberal o libertario crea sus significaciones? Si vamos más allá, notaremos que el liberalismo define al hombre como la no-definición, es decir, como aquél a quien nada externo (pre) define al sujeto. Ahora, si esto es cierto y nos encontramos en la contemplación del sujeto “vacío”… (como dijera un querido filósofo), ¿no es esta visión más metafísica que todas las demás?, ¿cómo se intuye o se racionaliza a este sujeto?

Más allá: suponiendo la posibilidad de hablar sin metafísica, la posibilidad de un hombre que se auto-define de acuerdo a sus propios criterios (¿en verdad todos los hombres tienen sus criterios?), caemos en la primera pregunta, ¿por qué es tan importante algo tan efímero y errático?, ¿no será que, en última instancia, ha sido imposible retirar la metafísica de las vidas de las personas y que, aun libremente, el valor de sus decisiones procede de criterios ultra racionales?
* * *

Nota. La reflexión que presento toma prestadas ideas de varios filósofos. No es mi pretensión presentarlas como mías. Desde autores como Rene Descartes e Immanuel Kant, hasta Charles Taylor, Martin Haidegger, Friedrich Nietzsche, Alan Haworth, Isaiah Berlin, han desarrollado estas ideas en toda su extensión. en particular, tomé ideas del texto doctoral de Eric Herrán. Aquí sólo pretendo plantear una pregunta.

14 marzo, 2007

Santa negra*


tambores hierven paralizándome su eco
tumm tumm / tambaleándose el silencio
rugidos de pantera y de gallina el verso
boom boom / bamboleándose su cuerpo

dama negra de la noche envuelta,
rostro marcado y con serpiente el yelmo
--- boca ancha, fuerte el ceño
ojos brunos y en la muerte el rezo

boom boom
-----hechicera de los falsos muertos
boom boom
-----erupción de vísceras tu anhelo

danzas apropiándote mis huesos, me miras…
---estancas en suspiro la sangre impía
---te sacudes burlándome la vida
castigas, negra, con agujas de carne viva

boom / acercándose tus manos
tumm / desnudo ya el regazo
boom / arañándome los brazos
tumm / de tu voluntad esclavo

¡anda, bruja, deja ya tu vil encanto!
boom boom / tregua a tus caderas y paz al sucio llanto
¡vamos, negra, sal del fuego y hazme santo!
boom boom / acepta el fruto de cuchillo y canto

tum / el sinsentido entre mis manos
boom / presente vivo que te traigo
tum / sangre y río el contrabajo
boom / de locura el corazón humano


Leo Cerezo



13 marzo, 2007

Cuarto Sendero

El Hombre del cabello rojizo


Lo conocí en una habitación oscura. Su espalda impedía ver el trabajo al que se dedicaba pero la ventana abierta frente a él arrojaba a mis ojos el universo. Sentado en un banco y con un caballete frente a él, los tonos ocres, rojos y naranjas del paisaje rogaban por incrustarse en su pincel. A sus costados se apilaban docenas de tubos gastados, pinceles rotos, lienzos inconclusos, manchas de óleo en el piso, un par de vasijas y un plato desgastado que con un poco de imaginación y aseo pudo haber albergado, alguna vez, algo comestible. Ignoro el tiempo transcurrido entre mi llegada y el momento en que me deslicé hacia las sombras del pasillo, sin embargo para entonces los tonos encendidos de la tarde habían dado paso a los azules y grisáceos de la noche. Caminé despacio hacía la habitación al fondo del pasillo donde había depositado mis anhelos y en cuya cama había desparramado la pasión y mis sueños. Me tendí emocionado sobre ellos y pasé la noche navegando entre sus versos. Era una noche mágica. Una noche que hubiera envidiado aquel sultán de tierras árabes y cuya interpretación sin duda sería un reto para cierto médico austriaco que por aquellos días soñaba aún con descifrar los sueños. Envuelto en las alas de la noche volé hasta el mismísimo corazón del Escorpión y cabalgué sobre Pegaso para liberar doncellas de sus cadenas; observé las luces del primer infierno y a Virgilio guiando a Dante entre sus filas; presencié la fragua de la tabla donde se deletreaba con toda precisión el nombre perdido de Dios y emprendí un largo paseo por el jardín de senderos de bifurcaciones infinitas. Al abrir los ojos, o cerrarlos, estaba en aquella cama. Mis emociones, antes dobladas en una esquina, se esparcían desparramadas por el cuarto y la vela de la razón, que había colocado a mi costado, yacía apagada y sin consumir entre las sábanas de sueños. Apenas reuní la duda suficiente, me levanté y salí de ahí. Por dentro era una casa vieja, una de esas casas que destilan historia entre sus tablas y que albergan en su techo la constelación del Tiempo. Tenía además la virtud de acompañar con sus crujidos a quien la habita y de retener en sus paredes la personalidad de sus visitas. Yo era una visita, un accidente en el transcurrir ilógico de aquel lugar. Mi presencia ahí era tan importante como inoportuna. Los días en ella transcurrían entre el culto a la imaginación, la sinrazón de los sentidos, el diálogo con las letras, la inocuidad del tiempo y la creación del Universo en lienzos.

Para entonces había descubierto que sus verdaderos habitantes, el hombre de cabello rojizo y el joven del sombrero de ala ancha, eran también visitas itinerantes entre esos muros. Su morada original estaba en los caminos, puentes y plazas de la villa, a donde acudían con prontitud al clarear el alba y de donde se despedían al caer las estrellas. Partían siempre con un caballete a cuestas y sus instrumentos afilados. Por las miradas ocasionales entre sus cuartos abiertos supe que aquellos hombres eran también demiurgos de un mundo nuevo, o quizá los encargados de dar una nueva cara al mundo estancado en la pretensión medida y simétrica de la perfección. El joven del sombrero dedicaba buena parte de su tiempo a infundir vida al camino de los muertos; el hombre de cabello rojizo se especializaba en secuestrar momentos, cosas y lugares que tras algunos días, a veces horas, acababan por adoptar plácidamente las dimensiones de la jaula donde los plasmaba. Para entonces ya sabía que algo especial había en él… ése hombre no utilizaba óleos en sus trazos, cada pincelada llevaba como esencia una mezcla entre la ambrosia que convierte lacayos en dioses y el soma de los Alfas de Huxley.

Fue en una noche de Diciembre cuando, al caminar frente a la puerta abierta de su habitación, el último resquicio de mi realidad se derrumbó. Una vieja cama de madera con sábanas rojas y acomodada junto a la pared, junto a unos cuantos cuadros y una pequeña mesa resguardada por un par de sillas maltrechas, servían de testigos de la creación de un mito inalcanzable en las estrellas. Aquella noche fría se iluminaba bajo los trazos esquizofrénicos y explosivos de ese hombre que transformaba un simple lienzo blanco en una maravilla indescriptible. A cada pincelada iba dejando una parte de sí mismo. Parecía inyectar su vida en los colores y hacer sufrir su razón al avance de la noche, y la mía con él. En algún momento donde lo único que parecía atarme a la humanidad era mi existencia misma, lo comprendí… ése hombre no estaba capturando una noche, estaba creando las estrellas que un griego milenario, mirando al cielo, había imaginado y asociado con el mito de la doncella encadenada. El cuadro era dominado por tonos azules y amarillos donde las estrellas parecían explosiones, como de las que se deriva el mundo mismo, y las nubes asemejaban nebulosas infinitas. Un ciprés del lado izquierdo remitía un poco de irrealidad al cuento y los techos de las casas de la villa recordaban la relación epistemológica entre el creador y sus caprichos. Un trueno de orígenes olímpicos sacudió la noche y sus sinsentidos. Fue entonces cuando su pincel cayó al suelo y volteando hacia el marco de la puerta me miró. En ese instante su vida pasó ante mis ojos. Su origen austero y la lápida de un hermano muerto con su nombre; su vocación con los mineros y su frustración por el rechazo de quienes respetaba; sus amores con una prostituta y la huída para refugiarse en los brazos de su hermano; lo supe todo. En un segundo el hombre había vuelto al génesis de las estrellas; sin embargo ese instante, congelado eternamente en mis recuerdos, fue suficiente para percatarme de la presencia de una banda en su cabeza. Parecía tener una herida — quizá producto de la cruenta batalla con su obra— pero al inspeccionarlo más de cerca, pude ver que en esa banda se descubría la Vía Láctea atada a su cabeza. Su orbita parecía parafrasear una presuntuosa circunferencia rodeándole el rostro del cielo a los infiernos, su presencia se deleitaba escondiendo algo misterioso y seductoramente indescifrable…

A la mañana siguiente reuní mis cosas y resolví partir. Cuando pasé frente a su habitación él ya no estaba, tan sólo permanecía su obra terminada. Entré y me perdí en la contemplación de la noche engendrada. Tras algunos momentos, que bien podrían haber sido años, la tranquilidad que me embargaba se convirtió en un impulso irrefrenable. Mi mano se arrojó impetuosa hacia adelante. Se acercaba al infinito con vida propia, cada vez más cerca, más, hasta que en una explosión final, sumergiendo la mitad de mi brazo en aquella realidad etérea, tomé una de sus estrellas. Todo estaba terminado. Un fuego recorrió mis venas. La línea entre realidad y fantasía estaba rota. Coloqué aquel trozo de creación materializada bajo mi brazo, dí media vuelta y, abriendo las alas al viento, partí.

06 marzo, 2007

7 (Último)

La tierra se viste con tu cabello
que pinta de ocre y castaño el otoño,
que da color de atardecer eterno
a este instante en que tu pelo se esparce
y se enreda sin tiempo entre mis dedos,
y la tierra y el viento y la arena de
los desiertos viven para tu pelo,
del que toman color y movimiento

existes en mi pecho que te canta
en el lenguaje de un latido leve:
ritmo sereno y lento de cigarra,
que suena intermitente en notas que caen
sobre el silencio de tus piernas calmas

y envuelto en tus humores y en tu aliento,
que viven silentes en mi recuerdo,
un sueño comienza a rozarme apenas:
tus dedos se mueven sobre mi cara
tocando y recorriendo apenas nada,
juegan con mi nariz y con mi barba,
se meten en mi boca como agua,
tu mirada despierta me libera
del letargo de estas horas cansadas,
y tomas mis besos entre tus manos
y con ellos cubres tu piel de invierno,
tus piernas aprisionan mi deseo
y mis ojos llueven sobre tu cuerpo.

Pero pequeñas muertes me persiguen:
despierto sin tu beso y sin tu aliento
y siempre, siempre siento que estoy muerto,
sin tu piel sosegando mis deseos.

Pero vuelve la noche, como versos
que regresan, como el vivo recuerdo
de tu ojos de mar, tu vientre de uva,
y no hace falta más estar despierto
porque vuelvo a tu boca para beber
la vida que regalas en palabras:
en cada letra con que hilas mi nombre.

Oda al fracaso (por Abracadabra)

Antes me sentía cuenta cuentos, contaba historias. De pronto tenía esta intención de crear realidades alternas, diferentes, escenarios que sólo cabían en la imaginación de un juglar. Entonces me sentí músico y cuenta cuentos, así que muté en trovador, escribí canciones, trataba de crear armonía entre tonadas y versos, trataba de decir cosas que necesitarán el calor de las notas de mi guitarra, y trataba también de encontrar las notas adecuadas para arropar mis palabras, trataba de hacer poesía. Y fue entonces cuando me sentí poeta. Escribí entonces poemas.

Después de todo, nunca sirvieron mis palabras para que vivieran mujeres y hombres que hicieran fuego, construyeran casas, comieran pan, se repartieran la luz, y en el amor, unieran relámpago y anillo. Apenas alcanzaban mis palabras para tratar de elaborar un sencillo retrato de mi mismo. Me di cuenta que mis cuentos sólo eran la llana descripción de la realidad que siempre he habitado, que mis canciones no eran sino los deseos de un equilibrio desencontrado, que mi poesía sólo era la pretensión de reinventarme.

Así que dejé de contar historias, dejé de escribir canciones, dejé de hacer mi poesía. Y aquél que ya no hacía cuentos ni canciones ni poesía se dedicó a hacer historia, a cantar canciones, a vivir poesía. Y así fue, más o menos, que decidí estudiar Ciencia Política, que me abandoné a la trova, que me arrojé a convertir mi vida en una gran poesía.

Resulta que la realidad me enseñó que la Ciencia Política no era sólo un instrumento sino también un fin. Vino la vida y me dejó una lección: la trova no es la canción inteligente sino una manera más de cantar. Y vino la salada vida y me instaló el tenso debate entre lo deseable y lo posible, entre lo infinito y lo visible ¿Si haremos historia qué historia?

En fin, las carreteras ya tenían principio y fin. El arrojo tenía sus límites. Al deseo lo acorralaban cercas, alambradas. Y así, sólo me fue quedando el alambique. Era poético, era histórico, hacía poemas, hacía canciones, hacía historias, inventaba cuentos.

Entonces me di cuenta que algo había quedado de mí aún sin todo eso que había habido. Quedaba el que encontró en los cuentos su vida, el que halló en las canciones sus sueños, sus recuerdos, el que buscó en la poesía su existencia, en la belleza su esencia, en las palabras su historia.

Y llegó Mónica.

Y ser yo ya no fue tan difícil: se me desengrasaron los ejes de la carreta. Se soltaron las alas, se acercó el cielo y el mar se quedó quieto. Y al compás de las viejas canciones, de las olvidadas poesías, de las autobiográficas historias, el mar se agitó, el cielo tronó, la tierra se abrió, las venas se hincharon, la piel se tensó, el corazón vapuleó mi pecho. Y el amor se quedó.

Y ser yo ahora es incluso fácil. Ya no invento historias, ya no me describo con cuentos que intentan ser de otro planeta, ya no escribo canciones, ya jamás hago poesía. Pero ahora soy historia, soy poesía, soy canción, soy un cuento de otro planeta.

Y ahora ser yo teniéndola lejos es más difícil. Ahora me enfrento a lo que de pronto no veía. Pero ser yo también es más fácil. Porque la veo en las veredas que debo tomar, porque me alumbra en la noche, me llena de paz, me enciende la vida.

Ahora, incluso lejos -aunque no tanto- me siento satisfecho porque soy un hombre que con una mujer hacemos fuego, construimos casas, comemos pan, nos repartimos la luz, y en el amor, unimos relámpago y anillo.

Y estoy satisfecho de retomar a Neruda para pedir que perdonen, señores, que interrumpa este cuento que les estoy contando y me vaya a vivir para siempre con la gente sencilla.
 
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