12 octubre, 2007

El Asunto del Creer


1. Del desencantamiento del mundo al antiesencialismo del sujeto.

Retomando a Marcel Gauchet: el posmodernismo supone —a partir de Nietzsche, quizá— la ruptura absoluta del "mundo" de Dios y el "mundo" de los hombres. ¿Un mismo mundo? Quizás, quizás no. Mas, ¿qué debemos entender por el nuevo secularismo?, ¿cómo entender el "Dios ha muerto"? Nietzsche es absolutamente conciente de la posibilidad de verdades, aunque, como dirá, carecemos del órgano necesario para el "conocimiento". Dios se vuelve lo inalcanzable, más nunca debe implicar un categórico "inexistente". La razón es simple: al carecer de tal órgano, la existencia o no de Dios se vuelve indemostrable y, por tanto, es lanzada al mundo de la "fe", de la tan abucheada tarea del "creer". Volveré al final a esta cuestión.
La negativa hacia un ordenamiento teocéntrico supone (o supondrá, a fuerza de la lógica de los acontecimientos que seguirán) un antiesencialismo dirigido al sujeto: el individuo que antes era arropado bajo el manto divino y a través del cual generaba algún tipo de dignidad se encuentra hoy, bajo las condiciones actuales, impedido para tal tarea. La actualidad no ceja de hablar de dignidad, pero el término mismo ha mutado: ya no —y quizá, nunca más— una dignidad a priori, sino contractual, venida de un pacto asimilado por las comunidades. El hombre, pues, también pierde el "encanto" que la presencia (¿conciencia?, quizá el término reside únicamente en el centro del espíritu humano, a manera de respuesta existencial a la cuestión bipolar origen-fin) de la divinidad otorgaba al mundo. Un mundo anteriormente bañado del aura de la causalidad y finalidad del Ser por excelencia... hoy, un mundo técnico, orientado a fines, donde los conceptos sólo se extraen del consenso. ¿Razón para lamentar? Hay que temer que la respuesta es compleja.


2. La insoportable necesidad de creer.
Nada más incoherente que un ateo. Pues el ateo firme en su convicción no es menos creyente que el deísta; ambos se entregan violentamente al ejercicio de la fe (fe-hacia-Dios): uno aferrándose a la idea de la existencia de un Ser y, casi por ende, de un mundo siguiente o una extensión vitalicia de la conciencia (de nuevo, el término no hace justicia); el otro, paralelamente, conformando su actividad a la negación de tal existencia, y reconociendo, por ende, la importancia de la negación. Mas, ¿por qué el ímpeto y la violencia de negar lo inexistente sino por la creencia trascendental de que el tema es de importancia máxima? Dios, pues, mantiene la característica que, en su tiempo, se otorgó a Jesucristo: signo de contradicción. Seguimos, no obstante, sin llegar a la pregunta: ¿por qué seguimos creyendo? Aquí un esbozo de respuesta.
Matemáticamente sabemos que un límite puede tender, cuando se le evalúa, al infinito. ¿Infinito se ha dicho? ¿Qué es, debemos preguntar, ese concepto raro? El cerebro humano, no hay duda, es incapaz de aprehender el concepto de la misma manera en que aprehende conceptos como "perro", "cinco", "Italia". La razón es simple: no estamos capacitados para entender algo que supere las categorías kantianas de tiempo y espacio. Estos "moldes" donde depositamos los pensamientos dan extensión y profundidad al pensamiento mismo, es decir, son las condiciones sine qua non del pensamiento. ¿Arbitrarios conceptos? En absoluto. Nada hay que podamos entender que no esté limitado por tiempo y espacio, ya que nosotros mismos no somos más que seres hoy-aquí, mañana-allá, etc. El pensamiento del infinito, así como los de"libertad", "Dios", "alma" etc., sólo es asequible a través de la "creencia": una suerte de intermedio entre el pensamiento y el absoluto vacío de la incapacidad de pensar. La creencia, pues, se manifiesta como herramienta —auxiliada y acotada por la razón, no cabe duda— a través de la cual sintetizamos lo no-sintetizable dando algo así como un salto no comprobable.
La verdad de la existencia de Dios, la verdad del socialismo (como doctrina), la verdad de la libertad, son posibles sólo si renunciamos en parte a conocer científicamente. Nadie sabe a ciencia cierta que Dios existe, pero tampoco que no existe (entiéndase aquí "ciencia cierta" como eso que modernamente llamamos racionalidad; véase, pues, a Popper). La "creencia", también llamada fe, no es más que este instrumental que permite capturar y materializar lo que supera nuestras capacidades.


3. Disertación.
Al mundo moderno, finalizando, debe hacérsele un cuestionamiento. ¿Qué sucede, pues, con los derechos humanos? Respuesta no sin aventurarse: son un entramado de consensos no consensuados. ¿Vida?, ¿muerte?, ¿educación?, cada quien define el derecho a su manera, desvaneciendo la esencia misma de un derecho propiamente humano. La libertad, así como la vida, se han convertido (al menos, claro está, en las democracias occidentales) en un laissez-faire, laissez-passer que en nada implica "derecho", sino "ausencia": de coerción, de interferencia, de coacción. Pero, e insisto, nada se dice del "derecho" como tal, en sí mismo. El manto de los derechos humanos, pues, es tan falaz como la presión universal por la tolerancia (tema que no abordaré).
¿Existe alguna salida a la creencia?, de ser así, ¿es una buena salida? Y de no serlo, ¿cómo compaginar la creencia con la corriente posmoderna?

3 comentarios:

NAHUAL INSANE48 dijo...

Pienso que de las creencias hay varias formas de adoptarlas, y distintos sustentos que la erigen.

Por las formas de tenerlas están las de: tradición-imposición, para ser más abstractos y no perdernos en los detalles; temor a lo desconocido (ignorancia), y por esperar algo mas de lo que realmente estamos teniendo (recompensas o castigos). De todos estos resuelvo que por revelación (como conducta social al ser humano, que le caracteriza), por nuevos descubrimientos tanto científicos como de otra índole, y del último, el más iluso y característico del ser humano, imaginarse en una mejor situación que la que la misma realidad le esta presentando, como a manera de escape surge esta. Todas ellas tan temporales, en tanto el sujeto las valide, no importa época o corriente de pensamiento, están destinadas a fallecer, en el mejor de los casos.

NAHUAL INSANE48 dijo...

El sustento de todas ellas es tan pasajero y fuera del sujeto , que es por ello su débil naturaleza, tomando en cuenta que la natura de la creencia no está en la otredad( la creencia depende del sujeto para existir), y esta búsqueda de creencias no está obedeciendo a la correcta verdad del Hombre con su Natura (esta relación si existe independientemente de que el sujeto la ignore), se ve fácilmente amenazada, termina por mutar hasta la plena autorización del sujeto quien la objeta y acredita. Pero, ¿Qué es realmente lo que hace que el sujeto distorsione esta “creencia”?, es muy sencilla la respuesta, la experiencia que tenga con todo lo referente a la “creencia” en particular.

La formula que según yo tenemos mal, no es la de creer o no creer, si no en como es que llegamos a creer y sobre que tenemos en lo que creemos

NAHUAL INSANE48 dijo...

Pienso que en los sustentos que erigen alguna creencia, la mejor y mas adecuada, para alejarnos de los errores la relación de formación(de la creencia), sería la de concentrar todo intento en la autentica relación del sujeto con su naturaleza, partir una vez con autentica razón de certidumbre-confianza, bajo parámetros lógicos, y encarar sus consecuencias. Lo cual abre una nueva pregunta, ¿cómo distinguimos lo verdadero-esencial en lo que creemos? Con un seguro engaño de nuestro conocimiento y experiencia, pues esta vez no encuentro respuesta fácil, pero pienso que es a lo que le depositas tu Fé, y de alguna forma en lo interior al sujeto le resta una paz duradera, bajo cualquier consecuencia.

A manera de posición personal, sin ánimos de personificar un intelectualoide o cantinflear, es lo que yo encuentro como aportación al debate.

Un fraterno abrazo J.P. !!!

 
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