10 enero, 2007

Segundo sendero

En cualquier lugar de la campiña

El vaivén de aquel tren me indujo recuerdos prestados de los lugares por los que las vías me conducían. Recordé una tarde soleada en medio de un campo de trigo, reviví el día en que me despedí de Thérèse para irme a la ciudad a probar fortuna, me lastimé las manos mientras mis recuerdos ajenos me obligaban a arar la tierra. Aquel tren se volvía un suplicio, su paso lento y acompasado era mi enemigo. Mi cuerpo se fatigaba al paso de las estaciones, el sudor escurría por mi frente y el deseo de la noche me inundaba mezclado con la certeza del descanso venidero. Para entonces llevaba ya 400 kilómetros recorridos, cuatrocientas fatigas y cuatrocientas noches de insomnio. Restaban aún 340 para llegar a mi destino, a aquel Sur del que hablaba el hombre de cabello rojizo, o al menos a ese pequeño lugar sureño donde unos cuantos atlas y un par de enciclopedias me sugirieron podría encontrarlo.

Un par de días después del encuentro con aquellos hombres, volví al café donde los había encontrado. Era media tarde y todo se notaba tranquilo alrededor. Al entrar dirigí una mirada al viejo de la barra que pareció reconocerme, busqué la misma mesa donde me había sentado y en el trayecto tomé un ejemplar de Le Monde. Por alguna extraña razón esperaba que sucediera algo extraordinario al volver a estar ahí, quizá recrear algún rito fascinante, pero al sentarme nada paso. Pasé rápidamente las páginas esperando encontrar alguna nota en la cual entretenerme, pero no logré nada. Luego de una lectura fugaz de las primeras líneas saltaba a otra y a otra. En uno de esos saltos literarios la voz ruidosa de un hombre desvío mi mirada hacia la entrada. Era aquel hombre pequeño de apariencia lúdica que había visto sentado con los otros, entraba al lugar apoyado en un par de bastones y arrastrando tras de sí su pierna izquierda. Se detuvo un momento para pedir al viejo un plato cuyo nombre no recuerdo y siguió su paso extraño hasta tumbarse sobre la mesa al lado de la mía. Contrario a su escasa humanidad, su presencia era inconfundible. Aquel era un hombre ruidoso y enigmático. Sus ojos parecían ávidos, cargados de deseo, lujuriosos como los ruidos que producía al comer. Luego de una infructuosa búsqueda por los titulares del día, reparé en la presencia de una joven que sentada en los restos de piernas del hombre jugaba con su barba. Su apariencia me recordó a las chicas que pululaban por la noche entre los molinos; las marcas en su rostro me revelaron que era una de las que, aún ahora, ofrecen sus favores en la zona baja de aquel barrio.

Doblé el periódico y levantándome lo deje caer decepcionado sobre la mesa. Nada extraordinario había sucedido. Ni rito, ni fantasía… nada. Entonces lo escuché hablar. Se refería a la imposibilidad de plantear siquiera que la abandonara algún día. Mientras caminaba a la salida sus últimas palabras explotaron en mis oídos. …vivir entre los brazos del Ródano y olivos, sin nada más que los restos de un teatro y criptas para entretenerme? ¡Jámas! Aquellas palabras taladraron mi cerebro y se instalaron en mí como una necesidad urgente. ¿El Ródano?, ¿Un teatro? Sin darme cuenta mis pasos me habían llevado hasta la Bibliothéque Nationale y los atlas de la sección norte de la misma.

Un silbido rompió mi embrujo. Era el tren que llegaba a la siguiente estación. Un joven envuelto en un enorme traje rojo se me acercó. ¡Monsieur! ¡Nous sommes arrivés!

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que he descubierto lo que irresistiblemente me atrae de estos "senderos". Sin ánimos de ser un "crítico de banqueta", ni de etiquetar estos escritos,leo en estos textos una bella herencia de la literatura francesa (del realismo mejor dicho). Las descripciónes del viaje en tren y del café en el "primer sendero" me hicieron recordar no sé porqué las descripciones maravillosas del mundo de Emma Bobary. Las historias no tienen nada que ver, lo sé; pero el estilo que procura rescatar y plasmar cada detalle en cada línea, creó un puente imaginario entre estas obras.

¡Gracias Nando!
Estoy seguro que todos esperamos impacientes los siguientes senderos.

saludos.

Juan Pablo dijo...

La forma sigue manifestándose seria y descriptiva al extremo, una tan envolvente que te arroja al lugar del que tanto hablas. El fondo aún no me queda claro (disculpa mi probable necedad por encontrarle sentido a las cosas), siempre deja una pregunta sin responder... ¿a dónde iba esa pluma?, ¿dónde buscaba terminar? Quizá la ausencia de epílogos hace las obras de interesantes, no lo sé.

Quizá, también, las obras que nos presentas hacen sintonía con la pregunta sobre el autor y su identidad... ¿algún día sabremos, quienes compartimos este blog, quién eres?...

Saludos.

Leo dijo...

No había comentado porque simplemente no sabía que decir... leyendo los comentarios de vn y juan concurro en que hay algo en lo que escribes que me gustaría decifrar. Iré exponiendo más ideas y/ o dudas conforme avancen tus historias o senderos.

La primer duda... de dónde saliste?

Saludos

NAHUAL INSANE48 dijo...

ya te había comentado en tu primer escrito publicado en este blog "nando", y me sigues dejando el mismo sabor de ojos, no sé cual es el punto, ¿a donde quieres llegar?

saludos!

Nando del Real dijo...

Respecto al destino de la pluma: la respuesta siempre ha estado ahí. Ambos textos dan referencias de lugares, distancias, orígenes y destinos. Incluso del lugar donde podrías encontrar todo eso.

De dónde salí? no importa ¿Quién soy? mis letras, lo que escribo-como ustedes-. Llegue aquí buscando un espacio de letras originales y atrevidas. Lo encontré. Compartiré mis textos como hasta ahora-gracias- e iré dejando en este burdel un poco más de lo que soy.

Saludos

 
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