31 enero, 2007

Caminantes y Caminos: Verborragia

Silencio. Si te dejaras pernoctar en sus brazos soñarías con espacios nulos que cavilan sobre la espasmosa lubricidad del vacío. Cerniendo el vaivén de una respiración en reposo sobre la laguna de agua cristalina se convierten tus pasiones en destellos imperceptibles, acontecimientos atómicos que cantan victoria en su batalla contra el tiempo. En el silencio te pierdes, pierdes ese uno, salvando en ti lo vivo que puede haber. El decadente magisterio del sonido hace despertar tu malcriada aversión a la totalidad del instante, te recelo contra el viento que no cuentas ni mides, tu enferma perversión por hacerte contraste yo-otro. La dulce expresión de joven del no-sonido rompe el límite de ti: inmersión donde el sentido queda exhausto y pierde su simbólica utilidad, sentimiento que se vuelve aleteo de colibrí, pérdida del sentimiento que te permite olvidar las alas y contemplar la curva casi esférica de un movimiento aeronáutico perfecto, un mecimiento que ahonda en la perfección de una no-descripción. Si te quedaras en silencio no serías ya tú quien calla sino él quien, poseyéndote, se inhuma y a ti consigo, volviéndote tú etérea indicación de que ahí había alguien que se perdió para encontrarse.

Un día fue en el silencio la pregunta y en la pregunta el saber. Un día los labios vírgenes callados me querían prometer. La idea se enamoró de un silencio de labios cerrados. Fueron amor. La luz de su fértil cópula inunda aún los pasillos de la memoria de algunos quienes, incendiarios, fallecieron en el celo de ésa tierna niñez.

Cerrando una garganta de sórdidas agallas contemplas el vientre hinchado de la creación, del quimérico anonadamiento que se contempla sin moverse, de la figura desbaratada en polvo de sensaciones componiendo su propia obra musical. Te vuelves un mármol y cincel que acaricia tus límites y te acompaña a la creación de ti. Y tú de pronto ya no eres carne sino vestigio de explosión, luna de abril, piel desnuda cobijada por el monzón. Mas cuando la lengua se rebela ciérrase el portón de la creatividad, sangra el afecto a la idea, a la luz y a la intimidad. Verborrágica es la esencia de quien muerde entre sonidos su propia incapacidad, quien no encuentra en el silencio entre el sonido el principio y corazón de todo comunicar. Sólo en la mágica cadencia del silencio y su lento palpitar se encuentran las palabras cómodas y dignas de dicción. Sólo dentro de la propia esencia experimentas la implosión, sólo ahí eres viento y alas que han perdido la forma y el color, eres mar adentro, mar océano, mar y sólo mar: experiencia horizontal de lo mismo que desbarata los límites y el afán de la división. Sólo te encuentras uno cuando abandonas esa misión, y callas y observas y meditas sin figuras preconcebidas ni vocación.

Existirán lenguas mordaces y vulgares, de las que se erigen justicieras sin poder siquiera identificarse. Existirán quienes habiten entre el silencio y el murmullo, vean con ojos perfectos y silbidos significantes. Un día encontré en el silencio una morada. Un día, sin más, desbordaré entre silencios un amor, una palabra, una pasión apenas esbozada.

19 enero, 2007

Caminos y Caminantes: Dos Lenguas

Provoca una sensación de corazón abierto, hija de la exageración haciendo implosión en el vértigo de las imágenes y sonidos. Corazón abierto. Abierto. Exagera mientras ríe y llora, Garrick de gloria y destrono, desmantelado ante la lágrima esbelta y subterránea que corre mientras canta, abrazado al mástil incólume de la percepción. Si lo observas, observas cómo la aorta, incendiándose, vierte el sentimiento, irradiándolo. Eso es. Corazón abierto. Así le llaman, mas nadie dice jamás palabra. Se dice con el silencio de las letras.


*

No se dice a voz en cuello, se guarda. Así ha sido siempre, siempre será. Luces inermes tomando vida en la sacralidad del campanario. Consiente en la furia del sentido el pretexto de ser contraparte, músculo de fragilidad, fermentado en los ardides de lugares y tiempos, corrosión meta. Desgarre de mente. Abierto el cielo habla de ideas, hablando de un corazón abierto. Abrir experimentado y protegido, buscado y menguado entre las dimensiones y las noches tan varias de varios pretextos. Pretextar desgarros. Desgarrar entre pretextos los hilos de la seda blanca y fina, misteriosa y prometida de perennidad, misterioso artículo de fe velado por la superación, la caducidad.

*


Háblame entrecortando en mi respirar dos suspiros, uno que exhale y otro que espere animado de solicitud. Habla y, mientras hablas, deshebra la seda blanca y fina del pretexto, convierta tu aullido la tela en manta y la manta en ciervo, y sean ambos pesebre y alimento. Dicen de ti que eres corazón abierto. Abierto porque abrazas, porque ríes mientras lloras en el teatro de la implosión que se funde en tu dulce veneno. Y mientras hablas mírate a los ojos, ésos insensatos y perdidos, ventanales espectros del color, miríada utopía fantástica real, real como mis suspiros; irreal como que evaporas tus sopores si te tocan manchando tu desnuda piel.

*


Deslinda desde la desértica frialdad el campo de rosas prometido, real si te quedas utopía, irreal si quedo asido, enfermo y verborrágico, maniaco en la cascada del ímpetu de ser tú consumiendo la tierra entre mis pies. Asiente tu perfección mi ansiosa finitud, levante mis fuegos, arranque pronto la instrucción entre el pretexto de salir y la certeza de más no entrar. Pues es de ti de quien dicen se marchó y me arrebató, levantándome en la suspensión contemplativa de mí y mi estar. Bendita tu condición de ser en el mundo alimentando esa mentira, burlando tu posesión, hilando sedas blancas sin cobijo ni portal ni mordaza de pan, desnudando las verdades, mostrándolas sin compasión. Te hablan y en silencio no reculas ni accedes: muestras tu pasión.

* * *


Dijo Henri-Levy de sí mismo ser hijo bastardo, política condición, caído en el mundo peor del hombre en sociedad. Digo yo haber abierto como un parto la lengua y el corazón, partiendo saliva y sangre, comulgándolas sin mezclar. De los pretextos quedo prendado para aniquilarlos silenciando el diapasón. En el desierto de Zaratustra, en el campo de flores de Rembrandt, forajido y misionero, patriota y saeta salpicada de emoción. Dicen los hombres que recuerdan Babel, sus muros pintados tornasol y sus escalinatas sin final, yo recuerdo dos lenguas, atadas y sinceras, hermanadas en el beatífico don de luchar. Su celo te reduce y arrodilla, eres cepo y discrepancia envuelta de realidad, mancilla tus palmas cubriendo tu saliva de un negro con el cual comiences a pintar. Trazos y formas. Formas para sentir y pensar. Ambas besan con la explosión que nace en el centro del mar, donde las olas son bravías cuando no se ven, que te asfixian y te besan en la profundidad salina del mundo al que no perteneces, te conviertes en subterfugio, en dicha oculta junto a sirenas, en memoria en arranque, en progresión, en creación mental. Y todo resuelve y simplifica. Trazos y formas, sentir y pensar. Sentir la mañana y el aire que acaricia tus manos ocultas, pensar la mañana, encontrarla hermosa por efímera, por silenciosa, convertir de los ángeles sus alas en algo más que ilusión, reducir la emoción a dato, cuestionar las alas, creer por convicción. Corazón abierto y contraparte, pretexto que desnuda tu piel, pretexto muerto, dicha fiel.

Lenguas tantas son que aprietan convulsionando, lenguas tan pocas que se aniden y renazcan. Lenguas somos, hasta que un día los dioses decidan recular.


Aranda, 19 de enero de 2007.

15 enero, 2007

Rêve

Sueños
soñadores tú
soñadores yo
un sueño

sueños no soñados y soñados
imagenes soñadas y por soñar
soñar tus manos
soñarte. soñarme

sueños nosotros
tú, yo
un espacio seduciendo
un tiempo /
corazones palpitando amor

sueños
soñando y viviendo
una historia
tú y yo

Leo Cerezo

10 enero, 2007

Segundo sendero

En cualquier lugar de la campiña

El vaivén de aquel tren me indujo recuerdos prestados de los lugares por los que las vías me conducían. Recordé una tarde soleada en medio de un campo de trigo, reviví el día en que me despedí de Thérèse para irme a la ciudad a probar fortuna, me lastimé las manos mientras mis recuerdos ajenos me obligaban a arar la tierra. Aquel tren se volvía un suplicio, su paso lento y acompasado era mi enemigo. Mi cuerpo se fatigaba al paso de las estaciones, el sudor escurría por mi frente y el deseo de la noche me inundaba mezclado con la certeza del descanso venidero. Para entonces llevaba ya 400 kilómetros recorridos, cuatrocientas fatigas y cuatrocientas noches de insomnio. Restaban aún 340 para llegar a mi destino, a aquel Sur del que hablaba el hombre de cabello rojizo, o al menos a ese pequeño lugar sureño donde unos cuantos atlas y un par de enciclopedias me sugirieron podría encontrarlo.

Un par de días después del encuentro con aquellos hombres, volví al café donde los había encontrado. Era media tarde y todo se notaba tranquilo alrededor. Al entrar dirigí una mirada al viejo de la barra que pareció reconocerme, busqué la misma mesa donde me había sentado y en el trayecto tomé un ejemplar de Le Monde. Por alguna extraña razón esperaba que sucediera algo extraordinario al volver a estar ahí, quizá recrear algún rito fascinante, pero al sentarme nada paso. Pasé rápidamente las páginas esperando encontrar alguna nota en la cual entretenerme, pero no logré nada. Luego de una lectura fugaz de las primeras líneas saltaba a otra y a otra. En uno de esos saltos literarios la voz ruidosa de un hombre desvío mi mirada hacia la entrada. Era aquel hombre pequeño de apariencia lúdica que había visto sentado con los otros, entraba al lugar apoyado en un par de bastones y arrastrando tras de sí su pierna izquierda. Se detuvo un momento para pedir al viejo un plato cuyo nombre no recuerdo y siguió su paso extraño hasta tumbarse sobre la mesa al lado de la mía. Contrario a su escasa humanidad, su presencia era inconfundible. Aquel era un hombre ruidoso y enigmático. Sus ojos parecían ávidos, cargados de deseo, lujuriosos como los ruidos que producía al comer. Luego de una infructuosa búsqueda por los titulares del día, reparé en la presencia de una joven que sentada en los restos de piernas del hombre jugaba con su barba. Su apariencia me recordó a las chicas que pululaban por la noche entre los molinos; las marcas en su rostro me revelaron que era una de las que, aún ahora, ofrecen sus favores en la zona baja de aquel barrio.

Doblé el periódico y levantándome lo deje caer decepcionado sobre la mesa. Nada extraordinario había sucedido. Ni rito, ni fantasía… nada. Entonces lo escuché hablar. Se refería a la imposibilidad de plantear siquiera que la abandonara algún día. Mientras caminaba a la salida sus últimas palabras explotaron en mis oídos. …vivir entre los brazos del Ródano y olivos, sin nada más que los restos de un teatro y criptas para entretenerme? ¡Jámas! Aquellas palabras taladraron mi cerebro y se instalaron en mí como una necesidad urgente. ¿El Ródano?, ¿Un teatro? Sin darme cuenta mis pasos me habían llevado hasta la Bibliothéque Nationale y los atlas de la sección norte de la misma.

Un silbido rompió mi embrujo. Era el tren que llegaba a la siguiente estación. Un joven envuelto en un enorme traje rojo se me acercó. ¡Monsieur! ¡Nous sommes arrivés!

 
eXTReMe Tracker