11 septiembre, 2007

Fragmentos: Castillos

Como la perfecta máquina, invención coetánea de los cielos y las estrellas, como el azul vestido índigo del instante entre la vigilia y el sueño; irrupción de la mayor perfección con centro entre las parcelas del norte y las sureñas; relativa conciencia, razón y sentimiento, buen gusto y maldad, debilidad y ceño; su nombre: el hombre, castillo encumbrado entre las montañas más bellas, castillo él como morada y como centro de intersección de lo malo y lo bueno.

Nacido entre los líquidos y sangre que le cobijaban como a larva entre mares, venido a más con los años que hinchan sus huesos, su carne y desvelo; es hombre al fin como lo somos todos, hermanos de sangre y de vuelo, de risa y consuelo. Somos la repetición inextinguible de intentos por el favor de Estigia contra la furia de Hades. Carcomidos por la ordenanza de ser “uno” en medio de “todos” nos pasa la vida; jamás se consigue, no obstante, pues siempre somos el eco de algún otro. Somos máquinas perfectas, composiciones maniqueas facultadas para dar vida o muerte, para hastiarnos de soledad o confortarnos en la compañía. Somos la unión entre el cielo y la tierra, el dedo que aproxima el más allá, somos todos y cada uno un loco.

Fácil es deshacer los castillos propios y ajenos, verter cobardemente el fuego sobre sus maderas finas y aleccionar a los súbditos que ahí habitan. Robar sus ajenjos y sus vinos, asesinar sus parcelas y asfixiar el último aliento del soberano mientras medita. Ardua es, al contrario, la construcción de túneles, escalinatas y puentes entre tan vastas construcciones. Tallar en las puertas un doble escudo, alimentar a los siervos de dos, aleccionarse todos en el respeto y sus correcciones. De ahí que las ciudades sean tan pobres y tan separadas, los hogares tan secos y friolentos, y que en los fogones se cuenten con matemática observancia las raciones de los “nuestros”. ¡Qué fácil madurar separaciones y límites bajo la lanza y el fuego… y qué difícil mostrar los portones nuestros abiertos, nuestros brazos ilusionados, y nuestros corazones dispuestos!

Juan Pablo Aranda. 11 Septiembre 2007.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

JP:

el hombre centro del universo
el hombre fin en si mismo
fácilmente destruye “…los castillos propios y ajenos…”
fácilmente superó al animal, pero no puede alcanzar, comprender, superar, lo que el mismo es, su propia imagen… que ironía!... qué es? miedo a uno mismo?
sé que hay más en lo que escribes… pero esas ideas son las que más me movieron, espero no estar equivocado.
a parte, no es sólo el planteamiento, sino la forma (con armonía) en que llevas tu descripción del hombre, por la evolución, la historia, la política, etc, para concluir con lo que nos hace seres humanos, y para mi lo más valioso de lo que se escribe(esa humanidad)

NAHUAL INSANE48 dijo...

Me deja atónito la forma en que uno digiere o absorbe tu escrito; manantial de ideas cristalinas que corren ininterrumpidamente hasta empapar una estructura, que se obvia en la reflexión.

Gracias J.P. que tengas una muy buena semana, un fraterno abrazo!!!

Anónimo dijo...

Hola guapo!!

Gracias por tener tu corazón dispuesto... hay veces en que necesitamos esas señales para "hacernos más humanos".

Gracias por intentarlo y creer en eso.

Te amo!

Lucy

 
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