04 julio, 2007

Fragmentos: Ahogada Verdad.

Lo sabes, hay certeza del argumento porque lo sabes, pues si no lo supieras morirías por saberlo. Pero hoy ya lo sabes. Caminaste o corriste, te volviste investigación y misterio, fuerza absoluta desgarrando los candados que te alejaban, caminaste por los túneles y los corredores que la vida exhalaban. La vida se te ha vuelto cuerda y sencilla desde que lo entendiste, desde que te topaste con ella y entre besos juraste amor eterno, y ella se te dio entera y sublime, tal como es ella: princesa augusta de respiración lenta, en cuyas manos se anida la muerte perfecta. ¿Por qué corrías y gritabas como si el mundo de pronto empequeñeciera?, porque, si no lo hubieres hecho como aquí te digo, habría caído sobre ti la maldición eterna. En el juego de la persecución la fortaleza se te mezcló en los labios y la carne, te hiciste duro y regio, cabalgando entre mentiras, pistas y naufragios. Sólo fue su búsqueda, el casual encuentro, quien te tuvo alerta y mimando los corredores que quizá, sólo quizá, te asfixiaban para que no olvidaras que seguías vivo y que en la mente su recuerdo florecía mil geranios, lilas, margaritas.

Te encontraste con ella, la verdad se hizo presente y te dio fuerza para continuar de pie y calzado en el mundo. Fue más un choque, una constelación de ánimos que forzaron la explosión de esperanza y alegría; fue más un suspiro, una repetición instantánea de lo mismo, lo que siempre has sabido y que hasta ese momento ignorabas; fue la astucia de saberte en puerto seguro, la magia de evitar un día, al menos un día, tener que convencerte de que la vida valía. En la verdad encontraste la fuerza y con ella saliste como Zaratustra que anda y que brilla, como Salomón repartiendo el ritmo y medida, como el sol sereno que quema la arena al filo de una bahía. Los corredores se hicieron acogedores y las callejuelas veredas de música y orgía, los dientes te brillaron, te convertiste en hombre certero, en hombre feliz, en hombre risueño.

Mas apagaste el suspiro cuando volviste al campamento. Cerraron de un tajo los muelles sus brazos y los bosques su canto; se terminó la risotada que termina por conmover y alentar, regresaste al mundo de los humanos. Hoy el cerebro aún juega en la recóndita hostería que armas cuando quedo silencias todo contacto con el mundo, criticando la poca vena que mostraste cuando con ella vivías. La verdad se ha convertido en ti en la cicatriz que rememora un esfuerzo. Sigues preguntándote, quizá jamás lo olvides, ¿cuándo callar es pecado?
 
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